Las esperanzas de la aristocracia de Sagunto de conseguir el pleno dominio de la ciudad, sin tutelas visigodas, aumentan notablemente en
el año 555.
La parte oriental del imperio
romano, con capital en la antigua Constantinopla, goza de un momento de
esplendor bajo el impulso del emperador Justiniano.
Justiniano, que
consigue recuperar Italia y el norte de África, no duda en aprovechar la
oportunidad que se le presenta en Hispania con ocasión de la guerra civil entre
dos facciones godas. Un cuerpo expedicionario
bizantino desembarca en la peninsula y da su apoyo al bando rebelde. Como
contrapartida, los bizantinos consiguen
el dominio sobre una importante franja de la costa este que va desde Cádiz a
Valencia.
La intención de los
bizantinos es que esta franja sirva de cabeza de puente para conquistar toda la
península.
Esta intención se les manifiesta como evidente a los godos que
tienen tiempo de pensar las cosas despacio aprovechando que los
bizantinos, debido a problemas internos, no pueden lanzarse de momento a la
conquista abierta.
El rey visigodo Leovigildo
y su hijo Recaredo ven claro entonces que la única forma de mantenerse en la
península es una alianza más profunda con la nobleza hispano-romana local.
Hasta entonces se
había mantenido una diferencia cultural de fondo. Ambos eran cristianos, pero
la nobleza goda era arriana y la hispano-romana era católica. Lo que equivalía
a decir que unos eran germanos y los otros romanos. Los bizantinos eran también
cristianos pero ortodoxos lo que viene a
decir griegos.
Leovigildo, primero, y Recaredo después,
deciden su conversión al culto católico,
para que visigodos y hispano-romanos formen un todo uno cultural,
heredero de la tradición romana occidental; que pueda oponerse a la amenaza bizantina.
La conversión del monarca se hace en el
III Concilio de Toledo en el año 559.
La nobleza hispano-romana tiene entonces un
dilema. Por un lado, el imperio bizantino es heredero directo del antiguo
imperio romano. Por otro, los visigodos parecen dispuestos a seguir la tradición de la parte occidental
del imperio que es la suya. El imperio bizantino tiene además una estructura
política más centralizada que la monarquía visigoda y es posible con los
visigodos mantener más independencia en los asuntos domésticos. Entrar a formar
parte del imperio bizantino significaría tener encima a los funcionarios de la
corte de Bizancio.
Este es el tema principal que se discute en el foro de Sagunto
durante estos años de finales del siglo VI y principios del VII.
La solución al dilema no es fácil pero lo
que al menos logran los visigodos con esta estrategia es que la nobleza
hispano-romana no apoye claramente a los bizantinos. Así las cosas, en el año el
625 el rey Suintila logra expulsar a los bizantinos de la península ibérica.
El resultado no es el previsto, es decir,
no se mantiene el estado de cosas anterior a las conquistas bizantinas en que godos
e hispanos mantenían su posición diferenciada, sino que se inaugura una nueva
situación de más homogeneidad étnica, cultural y política que toma su
personalidad precisamente al marcar la diferencia con el Imperio Bizantino.
Para los campos de Sagunto esta nueva
situación significa estabilidad. Pero va a
significar también mayor irrelevancia. Los godos no tienen afición por el mar.
Articulan el territorio hacia el interior. La capital es Toledo y Sagunto queda
en la remota periferia.
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