sábado, 28 de junio de 2014

Ataque por el sur (III)


En los primero tiempos de la dominación árabe, los habitantes autóctonos de la península pudieron mantener su religión.  

Cristianos y judíos conservaron sus propiedades  y organización social, se mantuvieron regidos por sus propias jerarquías, pero supeditados a la autoridad política musulmana y a pagar una capitación. 

Tenían incluso un defensor que los representaba y podían tener también clero y obispos.

Con frecuencia, las alquerías de las zonas rurales estuvieron habitadas por clanes familiares que tomaban el nombre de la familia.

En el valle de Uxó; Benizahat, Benigasló o  Benigafull, fueron alquerías de ese tipo.

Algunas  eran simplemente las antiguas villas romanas que perduraron durante los tiempos de la monarquía visigoda. Otras se fueron edificando poco a poco. Los habitantes de las alquerías eran dueños de sus tierras aunque había tierras también propiedad directa del sultán.

Al estado islámico que se asentó sobre Hispania se le llamó pronto Al-andalus.

Los territorios de este estado fueron mermando con el tiempo, y con el tiempo también. el Estado pasó por varias unidades políticas. 

Al-andalus fue primero emirato dependiente de los califas omeyas de Damasco: desde la conquista en el 711 hasta el año 756. 

Fue después un emirato autóctono con sus propios emires y con capital en Córdoba, situación que se prolonga hasta el año 929. 

Se constituye entonces el Califato  independiente que termina en el 1031 para quedar desmembrado  a partir de entonces en distintos reinos de taifas.

La situación de debilidad de la veintena de taifas que se formaron  era tan evidente, frente a la reconquista cristiana, que hubo que recurrir a los bereberes almorávides del norte de África  para salvar la situación. 

Entre los años 1090 y 1144 los almorávides intentan sin éxito la reunificación.

También del norte de África proceden los almohades que intentan desde mediados del siglo XII hasta el año 1224 reconducir el estado islámico peninsular. La incapacidad de los almohades para dominar la situación se pone de manifiesto de forma indudable en la batalla de Las Navas de Tolosa en el año 1212.


La presión ejercida por los ejércitos cristianos sobre las fronteras del al-Andalus y las crisis internas, van paralelas a un cierre de filas cultural respecto de  cristianos y judíos.

La crisis del cristianismo dentro de las fronteras de al-Andalus  se hace más intensa con la dominación de  los almorávides.

Por el año 1130, con el fin de no promover el politeísmo y que todos abracen el Islam, el cadí de Córdoba ordena: 

No se debe prestar ninguna caballería a cristianos  o a  judíos, ni ayudarles en nada en sus fiestas”.

Las cosas se ponen difíciles para cristianos y judíos. Algunos optan por emigrar a las  tierras del norte; otros, seguramente la mayoría, opta por arabizarse.

Entre los propios musulmanes la supremacía corresponde a los árabes frente a otros grupos étnicos como los bereberes. Ciertamente, todos los que pueden, alegan pertenecer a un linaje árabe y lucir apellidos árabes.

Algunos bereberes habían llegado ya  durante la conquista en el siglo VIII, pero los grandes contingentes llegaron después  en distintas oleadas en el siglo X y el siglo XI.  El ser muchos en número les permitió ir ocupando importantes cotas de poder.

En el valle de Uxó, uno de los clanes presumía claramente de pertenecer al más puro linaje árabe, el clan de los Gasló. Otros tenían que conformarse con menos, 

Pero a medida que los bereberes son más en número,  van ocupando puestos más importante en las corte de las taifas.  Algunos como los Sinhaya o los Zanata, consiguen los puestos más altos en algunos territorios. En el valle forman los  clanes de los Ceneja y Zeneta.

Las categorías estaban claras en el valle. Primero los árabes, luego los bereberes, y al final, los cristianos y judíos convertidos.

Esta cuestión no era en absoluto menor. Precisamente la división entre árabes y bereberes y entre estos últimos los pertenecientes a distintas oleadas de llegada,  está en el origen de los conflictos profundos que dan lugar a los reinos de taifas.

lunes, 23 de junio de 2014

Ataque por el sur (II)

Los visigodos siempre habían querido ser como los romanos. Los musulmanes, en cambio, tienen una cultura alternativa completa, la árabe, que se apoya en una nueva religión, el Islam.

Hasta la llegada de los árabes, el territorio se articula en torno a  cada ciudad y los asentamientos  rurales forman parte de ellas. Así, hablar de Sagunto es hablar también de los campos de Sagunto, del ager saguntinus. Ahora, el territorio se organizará en torno a tres elementos: La ciudad, que queda reducida a su ámbito estricto, los castillos, y las alquerías.  

La diferencia principal reside en que los asentamientos rurales tienen una vida propia, más independiente de las ciudades. Por ello, tienen que garantizarse su propia defensa, y los castillos tienen precisamente esa función: servir  al sistema defensivo del campo.

La desvinculación entre la ciudad y el campo juega a favor de las ciudades, al contrario de lo que había sucedido en el periodo de dominación visigoda en el que las ciudades perdieron importancia.

Esto tiene su lógica dentro del marco social y político del que forman parte unos y otros. La vida en la ciudad romana refleja la complejidad de la estructura institucional. Los visigodos, aunque tratan de usufructuar el imperio, tienen unas instituciones políticas mucho más simples que no son capaces de hacer servir las distintas funciones que se ejercen en las ciudades. Dejan de lado la ciudad para instalarse en el medio rural que les resulta más cómodo.

Los árabes, sin embargo, pertenecen a la tradición de los estados despóticos orientales. Son estados mucho más centralizados  en los que las distintas funciones del poder están concentradas en  pocas manos.

Hay que ir a la ciudad si se si quiere encontrar el conocimiento, el comercio de productos no estrictamente básicos, el lujo.

En las villas romanas se  encontraban las edificaciones más suntuosas y allí pasaban lo grandes el tiempo de descanso. En el modo de vida árabe estas cosas sólo se hallan en la ciudad.


En cualquier caso, el medio rural y el medio urbano  forman parte de algo mayor que es el estado islámico. Ese algo mayor, en los primeros tiempos de la dominación árabe está muy lejos: en Damasco o en Bagdad. Cuando el califato se independiza, la cabeza está más cerca, en Córdoba. Con las invasiones bereberes la sede principal está en el norte de África. 

domingo, 22 de junio de 2014

Siglo VIII. Hispania atacada por el sur. Caída y ruina del reíno de los visigodos.

Los visigodos habían tenido que ganarse en Hispania el  espacio en el que habitar.  

Primero lograron un sitio dentro del Imperio en un largo proceso de luchas y pactos, a costa del poder de los romanos; pero también en competencia con otros pueblos germanos. Después, tuvieron que expulsar a los  bizantinos y,  a cambio, compartir con los autóctonos hispano-romanos parte del poder y la influencia.

En la monarquía visigoda permanece en todo este tiempo un problema mal resuelto: la sucesión. Cada relevo de un rey por otro se convierte en un motivo de grave conflicto. 

Uno de estos conflictos coincide, a principios de siglo VIII, con la presencia  de una fuerza ascendente en el norte de África.

La supuesta cohesión alcanzada en el último siglo era sólo aparente. La monarquía está sujeta a fuertes impulsos descentralizadores, un movimiento que no es extraño a todos los antiguos territorios del Imperio occidental.

La función gestora que cumplía la administración romana no es heredada por los visigodos. Cada vez que los objetivos militares no son imperativos, cuando no hay una empresa militar concreta,  el poder del rey no tiene una misión clara.  Los clanes tratan en esas circunstancias de hacerse autónomos, y duques y condes pretenden tener poder absoluto en los territorios que controlan feudatariamente. El poder está  disgregado. el contrato feudal entre señores y vasallos tiene muchas veces su parte más débil en el señor.

Los árabes, que habían recorrido en pocos años la costa africana del mediterráneo, no dudan en aprovechar la ocasión que les ofrece  un conflicto interno entre facciones rivales visigodas para entrar de golpe en la península.

Al vencer la poca resistencia que fue capaz de reunir la monarquía visigoda, logran los musulmanes acabar con todo el entramado defensivo del reino que no tiene mecanismos ni liderazgo suficiente para recomponer la defensa.

El reino queda en poder de los musulmanes en menos de diez años. 

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CAÍDA Y RUINA DEL
IMPERIO VISIGÓTICO ESPAÑOL 

ESTUDIO HISTÓRICO-CRÍTICO POR DON AURELIANO FERNÁNDEZ-GUERRA

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Vinieron a tener condiciones para poder ser reyes, hacia los últimos años de la monarquía visigoda, un centenar de nobles que ostentaban diadema y cinturón de oro: nueve duques, puestos al frente de las siete provincias peninsulares y de las otras dos Narbonense y Tingitana, y cerca de noventa condes o  gobernadores de las ciudades cabeza de distrito.

Esta nobleza y también los obispos llegaron a tener digna, viva y constante representación al lado del Monarca. Constituían, pues, un Senado que le hacía ligero el peso de la corona , y le daba parecer en lo arduo, y le era fiel en la adversidad y acrecía el resplandor del solio en tiempos de prosperidad y bonanza.

Muerto el príncipe, este Consejo de los próceres de la nación, seglares y eclesiásticos, designaba con maduro juicio el sucesor del reino.

Los reyes, para hacer medio hereditaria la corona, a imitación de. varios Emperadores romanos y bizantinos, adoptaron el arbitrio de compartir el solio con el hijo entrado en años,  fiándole como duque el mando de una valiosa provincia. Seis de los dieciocho monarcas visigodos, desde Leovigildo, lo hicieron así; otros, si lo intentaron, el Senado no hubo de consentírselo. De aquí los estragos de la ambición, del resentimiento y encono, venganzas, traiciones y alevosías.

Muere Wittiza en los primeros días de enero de 711; y no queriendo gran parte del Senado que los hijos de un indigno Monarca dirigiesen el timón del Estado, -niega el trono electivo á Olmundo, Rómulo y Ardabasto, patrocinados entre los senadores por sus tíos, D. Oppa y Sisberto, hermanos del príncipe difunto. 


sábado, 21 de junio de 2014

El Imperio se descompone (VI). la aventura bizantina y la reacción goda.

Las esperanzas de la aristocracia de Sagunto de conseguir el pleno dominio de la ciudad, sin tutelas visigodas, aumentan notablemente en el año 555.

La parte oriental del imperio romano, con capital en la antigua Constantinopla, goza de un momento de esplendor bajo el impulso del emperador  Justiniano.

Justiniano, que consigue recuperar Italia y el norte de África, no duda en aprovechar la oportunidad que se le presenta en Hispania con ocasión de la guerra civil entre dos facciones godas.  Un cuerpo expedicionario bizantino desembarca en la peninsula y da su apoyo al bando rebelde. Como contrapartida, los bizantinos  consiguen el dominio sobre una importante franja de la costa este que va desde Cádiz a Valencia.

La intención de los bizantinos es que esta franja sirva de cabeza de puente para conquistar toda la península. 

Esta intención se les manifiesta como evidente a los godos que tienen tiempo de pensar las cosas despacio aprovechando que los bizantinos, debido a problemas internos, no pueden lanzarse de momento a la conquista abierta.

El rey visigodo Leovigildo y su hijo Recaredo ven claro entonces que la única forma de mantenerse en la península es una alianza más profunda con la nobleza hispano-romana local.

Hasta entonces se había mantenido una diferencia cultural de fondo. Ambos eran cristianos, pero la nobleza goda era arriana y la hispano-romana era católica. Lo que equivalía a decir que unos eran germanos y los otros romanos. Los bizantinos eran también cristianos pero ortodoxos  lo que viene a decir griegos.

Leovigildo, primero, y Recaredo después, deciden su conversión al culto católico,  para que visigodos y hispano-romanos formen un todo uno cultural, heredero de la tradición romana occidental; que pueda oponerse a la amenaza bizantina. 

La conversión del monarca se hace  en el III Concilio de Toledo en el  año 559.

La nobleza hispano-romana tiene entonces un dilema. Por un lado, el imperio bizantino es heredero directo del antiguo imperio romano. Por otro, los visigodos parecen dispuestos  a seguir la tradición de la parte occidental del imperio que es la suya. El imperio bizantino tiene además una estructura política más centralizada que la monarquía visigoda y es posible con los visigodos mantener más independencia en los asuntos domésticos. Entrar a formar parte del imperio bizantino significaría tener encima a los funcionarios de la corte de Bizancio. 

Este es el tema principal que se discute en el foro de Sagunto durante estos años de finales del siglo VI y principios del VII.

La solución al dilema no es fácil pero lo que al menos logran los visigodos con esta estrategia es que la nobleza hispano-romana no apoye claramente a los bizantinos. Así las cosas, en el año el 625 el rey Suintila logra expulsar a los bizantinos de la península ibérica.

El resultado no es el previsto, es decir, no se mantiene el estado de cosas anterior a las conquistas bizantinas en que godos e hispanos mantenían su posición diferenciada, sino que se inaugura una nueva situación de más homogeneidad étnica, cultural y política que toma su personalidad precisamente al marcar la  diferencia con el Imperio Bizantino.

Para los campos de Sagunto esta nueva situación significa estabilidad. Pero va a significar también mayor irrelevancia. Los godos no tienen afición por el mar. Articulan el territorio hacia el interior. La capital es Toledo y Sagunto queda en la remota periferia.





viernes, 20 de junio de 2014

Siglo VI. Arisócratas godos y potens hispano-romanos compiten por el control del terrtorio

En el área de influencia de Sagunto, no se producen durante estos años de fin del Imperio cambios muy profundos en la vida cotidiana. 

Los cambios más importantes ya habían sucedido durante la crisis del siglo III. Tarragona y Sagunto, habian sido primero superadas por Barcino (Barcelona) y Valentia (Valencia), enfocadas de cara al Mediterráneo; después ceden en importancia ante otras  ciudades más al interior de la península, como Cesar Augusta (Zaragoza), o Emerita Augusta (Mérida). 

Después de la crisis, el Imperio está más fragmentado, más ruralizado. En el siglo IV, pasado lo más fuerte de la crisis económica,  esta mayor autonomía de las provincias permite que las aristocracias locales tengan más control sobre el territorio. Algunos de estos aristócratas, para los que se generaliza el  apelativo de potens, tienen incluso ejércitos propios. 

Cuando desde Roma se percibe que las economía se recupera, se exigen mayores contribuciones al Estado. Lo que hacen los aristócratas es repercutir la fiscalidad sobre la población. 

Cuando las exigencias superan ciertos límites se producen levantamientos. Son los bagaudas, protagonizadas por aquellos que habían sido esclavos, y que son ahora campesinos sin medios de subsistencia, a los que se unen ahora propietarios arruinados, que se levantan juntos y consiguen el control de algunas ciudades, sobre todo en el valle del Ebro. 

La eliminación de este movimiento  formó ya parte del paquete de exigencias que los romanos  le habían presentado a Walia en  el momento de la negociación.

Con la presencia visigoda muchas familias hispano-romanas conserven sus posesiones. 


La forma en la que los visigodos se insertan en el territorio cuando entran como aliados es la fórmula de la hospitalitas, que consiste en cederles los dos tercios de las tierras. Una fórmula  que tenía no obstante muchas excepciones. Los visigodos normalmente ocupan terrenos públicos, la res publica, que están vacantes, es decir, que no están en explotación.

Los visigodos cuentan con menos de cien mil personas para controlar todo el territorio. Su mecanismo de dominación se basa en  el asentamiento de guarniciones militares, articuladas aristocráticamente por séquitos armados bajo el mando de un noble godo. 

Las guarniciones se ubican  con preferencia en núcleos urbanos, o en su defecto, en residencias rurales fortificadas. Los godos buscan  y encuentran alianzas con sus semejantes hispano-romanos poseedores también de ejércitos privados, en parte profesionalizados y en parte procedentes  de la movilización de los campesinos de sus dominios.

Esta forma de control es endeble. Sobre todo en zonas alejadas del eje principal de dominación goda, una diagonal que cruza la península desde Barcelona a Sevilla. 

Sagunto es uno de estos lugares periféricos, y continuamente los nobles hispano-romanos tienen la tentación de conseguir cierta soberanía e independencia. 

viernes, 6 de junio de 2014

Siglo V. La dominación romana en Hispania se descompone


I

Los bárbaros atraviesan el paso de Roncesvalles


En el siglo II d. de C., en tiempos de los emperadores Trajano, Adriano y de los Antoninos; parecía que las cosas iban a permanecer siempre estables bajo el dominio de Roma.

En el siglo III, sin embargo, en algunos sitios se pasa hambre; en otros, hay guerras y también enfermedades.  Pero no se aprecia tampoco el fin del estado general de la situación.

De hecho. en el siglo IV las cosas se recomponen y el gobierno del emperador, con Diocleciano, se hace aún más fuerte, a costa de lo poco que quedaba de las instituciones republicanas.

Pero a principios del siglo V, empiezan a suceder hechos que parecían imposibles para las mentes de los desconcertados habitantes del Imperio.

Tras un periplo por algunos territorios periféricos, y después de un episodio en el que el emperador, que está en Rávena, desprecia la fuerza de los godos y ejecuta a Estilicón, el general más importante del ejército romano; el visigodo Alarico saquea Roma el 24 de agosto del año 410.

La noticia recorre el Imperio. Muchos confían en que, de todas formas,  el Imperio no puede caer. Los más informados, aunque desconfían del emperador Honorio, confían  en los generales de Roma.

En Hispania las cosas habían ido bastante bien hasta el año 409. Hasta ese año, Hispania se había librado de las devastaciones gracias a la actuación de los generales hispano-romanos. Pero ya hacía tres años que en Britania se había proclamado un emperador usurpador.

Sus tropas derrotan a los generales hispano-romanos y se hacen con el control de  la entrada a la península. Este control no es en absoluto tan efectivo como lo fue el ejercido por los generales autóctonos y los bárbaros pronto se dan cuenta de ello.

Así, rota la frontera del Rhin desde el año 406, en el año 409, cuatro pueblos bárbaros consiguen atravesar el paso de Roncesvalles: suevos, alanos, vándalos asdingos y vándalos silingos devastan todo aquello por donde pasan. 

A la noticia del saqueo de Roma, se unen en Valentia y en Sagunto las noticias más cercanas de que los bárbaros están recorriendo todo el oeste peninsular.




II 

Gala Placidia 


El saqueo sistemático de los territorios del Imperio ocupados por los bárbaros continúa hasta que éstos perciben que en Roma los generales han retomado hasta cierto punto el control de la situación, y piensan, en consecuencia, que es mejor pactar. 

Como resultado de este pacto se produce un reparto: La Gallaecia queda para los suevos del rey Hermerico y los vándalos asdingos; Luisitania y parte de la Cartaginense, para los alanos del rey Hadax; la Bética para los silingos, con el rey Fresal al frente. Roma conserva la Tarraconense y todo el litoral mediterráneo. 


Naturalmente los detalles del pacto se reciben como buena nueva en Sagunto, pero poco dura aquella situación. Alarico muere prematuramente en el año 412 y los visigodos, dirigidos ahora por el rey Ataulfo, se instalan en el sur de la Galia con la intención de fundar un reino federado, con una relación contractual con el imperio: a cambio de servir de cortafuegos frente a los enemigos que Roma tiene en Hispania y en Britania, la península itálica debe quedar a salvo de incursiones no deseadas. 


La idea parece en principio buena, y así lo valoran el emperador, y los senadores que le aconsejan. Sin embargo, hay una pieza que no encaja. Durante el saqueo de Roma, Alarico habia secuestrado a Gala Placidia, hija de Teodosio y hermana del emperador Honorio. Alarico, y ahora también Atulfo, tenían ambiciones más altas que las de crear un reino federado. Aspiraban al trono de Roma. Para ello contaba uno y cuenta ahora el otro, con Gala Placidia. Un matrimonio con ella daría legitimidad al consorte, y más aun a los hijos del matrimonio, para aspirar a la sede imperial. Honorio cae en esta cuenta y trata de recuperar, cueste lo que cueste, a Gala. 

Su primer movimiento es presionar a Ataulfo por medio de la supresión del avituallamiento de víveres que tenía comprometido. Piensa Honorio que los hombres de Ataulfo al verse hambrientos convencerán a éste para que libere a Gala. 

No es así, Ataulfo decide moverse hacia el oeste de la Galia para conseguir avituallamiento, y más importante, decide dar el paso de contraer matrimonio con Gala. Honorio monta en cólera. Envía toda la fuerza de las legiones dirigidas por el general Constancio para atacar a los visigodos. Constancio tiene motivos especiales para ser eficaz en el combate pues aspira también a casarse con Gala. El resultado del ímpetu de Constancio se traduce en un eficiente arrinconamiento de los visigodos. Ataulfo, que no quiere enfrentamientos demasiado directos con los romanos que dificultarían después sus aspiraciones, decide retirarse hacia el sur y entra en Hispania para tomar posiciones en Barcino (Barcelona). 

En el transcurso de estos meses, Gala y Ataulfo tienen un hijo al que ponen por nombre Teodorico, en recuerdo de Teodosio, lo que muestra, por si no quedaba claro, cuales son sus intenciones con respecto al futuro de ese niño. 


El caso es que Teodorico muere enseguida. Es un contratiempo grave en los planes de Ataulfo. El bloqueo por tierra y por mar sigue y la situación se les pone difícil a los visigodos. Los hombres fuertes empiezan a pensar que el empeño de retener a Gala es una estrategia que sólo conviene a las ambiciones personales de Ataulfo pero que perjudica al grupo. Se impone un cambio de liderazgo y la forma en que los visigodos resuelven estos expedientes es por la vía del asesinato. Ataulfo es asesinado y a él le sucede Sigerico, y a éste, solamente una semana después, Walia. 


Walia, cuando toma el mando, decide que si el problema es de suministro de trigo no cabe más que dirigirse con toda su gente hacia el norte de África, que es el granero mayor del imperio. Estamos en el año 415. 


El rey Walia emprende viaje hacia el sur con el objetivo de alcanzar los graneros del Imperio y llega hasta el estrecho de Gibraltar. Intenta pasar, pero la poca pericia marinera de sus hombres le obliga a retroceder. No les queda más remedio que instalarse en el sur de la península, un lugar donde los romanos no les quieren tener en absoluto. 


Es la hora de pactar. Los romanos ven llegado el momento de sacar ventaja de la excursión visigoda. Les darán comida y un reino federado en la Galia si a cambio expulsan a los bárbaros que campan por el oeste de la península, y de paso, también a los baguades de campesinos que andan revueltos por aquellos años contra los terratenientes; y el detalle crucial, que devuelvan a Gala Placidia. El rey Walia acepta. 


Honorio ya tiene lo que quería, tiene a Gala. Pero a cambio se ha consolidado de algún modo la estancia de los visigodos en Hispania, algo que tendrá después importantes consecuencias. 


Mientras tanto, suevos y vándalos se enfrentan unos con otros, con la poca fortuna para los romanos, de que los vándalos van ganando. Los romanos no tienen entonces más remedio que ayudar a los suevos. A la vista de la situación en la que todos, suevos y romanos, se han aliado contra ellos, los vándalos se sienten acorralados y se dedican al saqueo de toda la zona que controlan. 


En Sagunto han conocido del paso de los visigodos, primero hacia el sur y luego hacia el norte. Todos los que han podido se han refugiado en la ciudad al paso de las huestes visigodas. Afortunadamente, los problemas con los vándalos, que afectan a las ciudades de la Bética, no son tan graves en la Tarraconense, aunque los vándalos controlan todos los puntos del litoral hasta Tortosa.


Por fin, después de algunos años de ocupación del sur de la península, los vándalos se van. En el año 429, cruzan el estrecho y fundan un reino en el norte de Africa.

III



los visigodos se quedan en Hispania.



Pasan los años y las cosas no mejoran en Roma. En el año 455, el general Acecio muere a manos del emperador Valentiniano III y éste muere también poco después.

Los que recuerdan los tiempos en que el imperio era un lugar seguro son ya viejos. Han pasado cuarenta y cinco años desde el saqueo de Roma y ni los emperadores ni sus generales han logrado recuperar la integridad de la parte occidental. No son tiempos para el comercio a largas distancias, ni para la construcción de nuevas villas, ni para nuevos cultivos, ni siquiera en los campos de Sagunto que han quedado de momento a salvo de los saqueos y devastaciones mayores. 




Tras la muerte del emperador Valentiniano, las cosas siguen empeorando. El rey suevo Rekhiario, olvidando pactos, decide invadir los territorios que todavía quedan en la península bajo dominio romano, tratando de aprovechar el vacío de poder que hay en Roma tras la muerte del emperador.



Con lo que no cuenta Rekhiario es que el rey visigodo Teodorico II, que ahora tiene la sede en Tolosa, entra en Hispania dispuesto a enfrentarse con los suevos, con el argumento de ser un reino aliado de Roma. Captura a Rekhiario y ordena su ejecución. 

Vuelve así la tranquilidad a los territorios romanos de Hispania que quedan, a cambio, bajo la protección práctica de los visigodos que dejan guarniciones militares en los lugares más estratégicos. 




El control efectivo de Hispania por los visigodos pasa a ser casi total a partir del año 476, año en que es depuesto el último emperador romano, único vínculo político que permanecía entre Hispania y Roma.




Precisamente el control que los visigodos tienen de la mayor parte de los territorios de la península es el que les permite refugiarse en ella cuando son expulsados de la Galia por los francos liderados por Clodoveo, que empujan desde el norte.




Esta vez los visigodos llegan a Hispania para quedarse.



Relativamente pronto, la península ibérica forma una unidad política bastante compacta. Las claves de este edificio político son dos: los dirigentes visigodos, que tienen la fuerza militar, y la iglesia católica romana que es la heredera cultural del imperio romano occidental.