viernes, 6 de junio de 2014

Siglo V. La dominación romana en Hispania se descompone


I

Los bárbaros atraviesan el paso de Roncesvalles


En el siglo II d. de C., en tiempos de los emperadores Trajano, Adriano y de los Antoninos; parecía que las cosas iban a permanecer siempre estables bajo el dominio de Roma.

En el siglo III, sin embargo, en algunos sitios se pasa hambre; en otros, hay guerras y también enfermedades.  Pero no se aprecia tampoco el fin del estado general de la situación.

De hecho. en el siglo IV las cosas se recomponen y el gobierno del emperador, con Diocleciano, se hace aún más fuerte, a costa de lo poco que quedaba de las instituciones republicanas.

Pero a principios del siglo V, empiezan a suceder hechos que parecían imposibles para las mentes de los desconcertados habitantes del Imperio.

Tras un periplo por algunos territorios periféricos, y después de un episodio en el que el emperador, que está en Rávena, desprecia la fuerza de los godos y ejecuta a Estilicón, el general más importante del ejército romano; el visigodo Alarico saquea Roma el 24 de agosto del año 410.

La noticia recorre el Imperio. Muchos confían en que, de todas formas,  el Imperio no puede caer. Los más informados, aunque desconfían del emperador Honorio, confían  en los generales de Roma.

En Hispania las cosas habían ido bastante bien hasta el año 409. Hasta ese año, Hispania se había librado de las devastaciones gracias a la actuación de los generales hispano-romanos. Pero ya hacía tres años que en Britania se había proclamado un emperador usurpador.

Sus tropas derrotan a los generales hispano-romanos y se hacen con el control de  la entrada a la península. Este control no es en absoluto tan efectivo como lo fue el ejercido por los generales autóctonos y los bárbaros pronto se dan cuenta de ello.

Así, rota la frontera del Rhin desde el año 406, en el año 409, cuatro pueblos bárbaros consiguen atravesar el paso de Roncesvalles: suevos, alanos, vándalos asdingos y vándalos silingos devastan todo aquello por donde pasan. 

A la noticia del saqueo de Roma, se unen en Valentia y en Sagunto las noticias más cercanas de que los bárbaros están recorriendo todo el oeste peninsular.




II 

Gala Placidia 


El saqueo sistemático de los territorios del Imperio ocupados por los bárbaros continúa hasta que éstos perciben que en Roma los generales han retomado hasta cierto punto el control de la situación, y piensan, en consecuencia, que es mejor pactar. 

Como resultado de este pacto se produce un reparto: La Gallaecia queda para los suevos del rey Hermerico y los vándalos asdingos; Luisitania y parte de la Cartaginense, para los alanos del rey Hadax; la Bética para los silingos, con el rey Fresal al frente. Roma conserva la Tarraconense y todo el litoral mediterráneo. 


Naturalmente los detalles del pacto se reciben como buena nueva en Sagunto, pero poco dura aquella situación. Alarico muere prematuramente en el año 412 y los visigodos, dirigidos ahora por el rey Ataulfo, se instalan en el sur de la Galia con la intención de fundar un reino federado, con una relación contractual con el imperio: a cambio de servir de cortafuegos frente a los enemigos que Roma tiene en Hispania y en Britania, la península itálica debe quedar a salvo de incursiones no deseadas. 


La idea parece en principio buena, y así lo valoran el emperador, y los senadores que le aconsejan. Sin embargo, hay una pieza que no encaja. Durante el saqueo de Roma, Alarico habia secuestrado a Gala Placidia, hija de Teodosio y hermana del emperador Honorio. Alarico, y ahora también Atulfo, tenían ambiciones más altas que las de crear un reino federado. Aspiraban al trono de Roma. Para ello contaba uno y cuenta ahora el otro, con Gala Placidia. Un matrimonio con ella daría legitimidad al consorte, y más aun a los hijos del matrimonio, para aspirar a la sede imperial. Honorio cae en esta cuenta y trata de recuperar, cueste lo que cueste, a Gala. 

Su primer movimiento es presionar a Ataulfo por medio de la supresión del avituallamiento de víveres que tenía comprometido. Piensa Honorio que los hombres de Ataulfo al verse hambrientos convencerán a éste para que libere a Gala. 

No es así, Ataulfo decide moverse hacia el oeste de la Galia para conseguir avituallamiento, y más importante, decide dar el paso de contraer matrimonio con Gala. Honorio monta en cólera. Envía toda la fuerza de las legiones dirigidas por el general Constancio para atacar a los visigodos. Constancio tiene motivos especiales para ser eficaz en el combate pues aspira también a casarse con Gala. El resultado del ímpetu de Constancio se traduce en un eficiente arrinconamiento de los visigodos. Ataulfo, que no quiere enfrentamientos demasiado directos con los romanos que dificultarían después sus aspiraciones, decide retirarse hacia el sur y entra en Hispania para tomar posiciones en Barcino (Barcelona). 

En el transcurso de estos meses, Gala y Ataulfo tienen un hijo al que ponen por nombre Teodorico, en recuerdo de Teodosio, lo que muestra, por si no quedaba claro, cuales son sus intenciones con respecto al futuro de ese niño. 


El caso es que Teodorico muere enseguida. Es un contratiempo grave en los planes de Ataulfo. El bloqueo por tierra y por mar sigue y la situación se les pone difícil a los visigodos. Los hombres fuertes empiezan a pensar que el empeño de retener a Gala es una estrategia que sólo conviene a las ambiciones personales de Ataulfo pero que perjudica al grupo. Se impone un cambio de liderazgo y la forma en que los visigodos resuelven estos expedientes es por la vía del asesinato. Ataulfo es asesinado y a él le sucede Sigerico, y a éste, solamente una semana después, Walia. 


Walia, cuando toma el mando, decide que si el problema es de suministro de trigo no cabe más que dirigirse con toda su gente hacia el norte de África, que es el granero mayor del imperio. Estamos en el año 415. 


El rey Walia emprende viaje hacia el sur con el objetivo de alcanzar los graneros del Imperio y llega hasta el estrecho de Gibraltar. Intenta pasar, pero la poca pericia marinera de sus hombres le obliga a retroceder. No les queda más remedio que instalarse en el sur de la península, un lugar donde los romanos no les quieren tener en absoluto. 


Es la hora de pactar. Los romanos ven llegado el momento de sacar ventaja de la excursión visigoda. Les darán comida y un reino federado en la Galia si a cambio expulsan a los bárbaros que campan por el oeste de la península, y de paso, también a los baguades de campesinos que andan revueltos por aquellos años contra los terratenientes; y el detalle crucial, que devuelvan a Gala Placidia. El rey Walia acepta. 


Honorio ya tiene lo que quería, tiene a Gala. Pero a cambio se ha consolidado de algún modo la estancia de los visigodos en Hispania, algo que tendrá después importantes consecuencias. 


Mientras tanto, suevos y vándalos se enfrentan unos con otros, con la poca fortuna para los romanos, de que los vándalos van ganando. Los romanos no tienen entonces más remedio que ayudar a los suevos. A la vista de la situación en la que todos, suevos y romanos, se han aliado contra ellos, los vándalos se sienten acorralados y se dedican al saqueo de toda la zona que controlan. 


En Sagunto han conocido del paso de los visigodos, primero hacia el sur y luego hacia el norte. Todos los que han podido se han refugiado en la ciudad al paso de las huestes visigodas. Afortunadamente, los problemas con los vándalos, que afectan a las ciudades de la Bética, no son tan graves en la Tarraconense, aunque los vándalos controlan todos los puntos del litoral hasta Tortosa.


Por fin, después de algunos años de ocupación del sur de la península, los vándalos se van. En el año 429, cruzan el estrecho y fundan un reino en el norte de Africa.

III



los visigodos se quedan en Hispania.



Pasan los años y las cosas no mejoran en Roma. En el año 455, el general Acecio muere a manos del emperador Valentiniano III y éste muere también poco después.

Los que recuerdan los tiempos en que el imperio era un lugar seguro son ya viejos. Han pasado cuarenta y cinco años desde el saqueo de Roma y ni los emperadores ni sus generales han logrado recuperar la integridad de la parte occidental. No son tiempos para el comercio a largas distancias, ni para la construcción de nuevas villas, ni para nuevos cultivos, ni siquiera en los campos de Sagunto que han quedado de momento a salvo de los saqueos y devastaciones mayores. 




Tras la muerte del emperador Valentiniano, las cosas siguen empeorando. El rey suevo Rekhiario, olvidando pactos, decide invadir los territorios que todavía quedan en la península bajo dominio romano, tratando de aprovechar el vacío de poder que hay en Roma tras la muerte del emperador.



Con lo que no cuenta Rekhiario es que el rey visigodo Teodorico II, que ahora tiene la sede en Tolosa, entra en Hispania dispuesto a enfrentarse con los suevos, con el argumento de ser un reino aliado de Roma. Captura a Rekhiario y ordena su ejecución. 

Vuelve así la tranquilidad a los territorios romanos de Hispania que quedan, a cambio, bajo la protección práctica de los visigodos que dejan guarniciones militares en los lugares más estratégicos. 




El control efectivo de Hispania por los visigodos pasa a ser casi total a partir del año 476, año en que es depuesto el último emperador romano, único vínculo político que permanecía entre Hispania y Roma.




Precisamente el control que los visigodos tienen de la mayor parte de los territorios de la península es el que les permite refugiarse en ella cuando son expulsados de la Galia por los francos liderados por Clodoveo, que empujan desde el norte.




Esta vez los visigodos llegan a Hispania para quedarse.



Relativamente pronto, la península ibérica forma una unidad política bastante compacta. Las claves de este edificio político son dos: los dirigentes visigodos, que tienen la fuerza militar, y la iglesia católica romana que es la heredera cultural del imperio romano occidental. 




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