miércoles, 29 de julio de 2015

Indibil y Mandonio cambian de bando y decantan la balanza a favor de Roma


poblado-iberoSegunda Guerra Púnica


En el año 212 a. C., durante la segunda guerra púnica, los hermanos Publio y Cneo Cornelio Escipión pasaron al ataque, siendo derrotados y muertos por los cartagineses. La conducta de Asdrúbal Giscón, que exigió a ilergetes y ausetanos dinero y la entrega de la mujer de Mandonio y las hijas de Indíbil como rehenes y garantes de su fidelidad, los empezó a separarse de los cartagineses. 


Año 209. Cuenta Titp Livio que Publio Escipión (hijo) había pasado todo el invierno ocupado en la conquista de diversas tribus hispanas, bien mediante sobornos, bien mediante la devolución de sus compatriotas que habían sido tomados como rehenes o prisioneros. 

Al comienzo del verano Edecón, un jefe hispano famoso, vino a visitarle. Su esposa e hijos estaban en manos de los romanos; pero aquella no era la única razón por la que venía, también le influyó el aparente cambio de sentir que se produjo en toda Hispania en favor de Roma y contra Cartago. 

Por el mismo motivo se movíeron Indíbil, rey de los ilergetes, habitantes de la margen izquierda del valle del Ebro, y Mandonio, jefe del pueblo de los ausetanos, habitantes de las tierras próximas a la costa en el noreste de la península (Vich); que eran sin duda alguna los más poderosos príncipes de Hispania. Junto con sus fuerzas, abandonaron a Aníbal, se retiraron a las colinas que estaban sobre su campamento y, manteniéndose a lo largo de las cumbres de las montañas, se abrieron camino con seguridad hasta el cuartel general romano.

Cuando Asdrúbal vio que el enemigo estaba recibiendo tales incrementos de fuerza, mientras las suyas propias disminuían en la misma proporción, se dio cuenta de que seguiría la sangría a menos que efectuase algún movimiento audaz; así pues, decidió aprovechar la primera oportunidad que tuviera para combatir.

Escipión ansiaba todavía más una batalla; su confianza había aumentado con el éxito y no estaba dispuesto a esperar hasta que se hubiesen unido los ejércitos enemigos, prefería enfrentarse a cada uno por separado en vez de a todos juntos. Sin embargo, para el caso de que tuviera que enfrentar sus fuerzas combinadas, había aumentado sus fuerzas por cierto método ingenioso. Como toda la costa hispana estaba ahora limpia de buques enemigos, ya no estaba dando uso a su propia flota, así que tras varar los barcos en Tarragona hizo que las tripulaciones aliadas reforzaran su ejército terrestre. Tenía armamento más que suficiente, pues junto al conseguido en la captura de Cartagena tenía aquel fabricado posteriormente por la gran cantidad de artesanos.

Lelio, en cuya ausencia no emprendió nada de importancia, había regresado de Roma, por lo que en los primeros días de la primavera partió de Tarragona con su ejército combinado y se dirigió directamente hacia el enemigo.

Había paz por todo el país que atravesó; cada tribu, según se aproximaba, le daba una recepción amigable y lo escoltaba hasta sus fronteras. En su camino se encontró con Indíbil y Mandonio. El primero, hablando por sí mismo y por su compañero, se dirigió a Escipión con un lenguaje grave y avergonzado, muy diferente del discurso áspero e insensato de los bárbaros. Presentó el hecho de haberse pasado a Roma más como una decisión irremediable que como si reclamase la gloria de haberlo hecho a la primera oportunidad. 

Era muy consciente, dijo, de que la consideración de desertor era odiosa para los antiguos amigos y sospechosa para los nuevos; tampoco consideraba errónea esta manera de considerarlo, siempre y cuando el doble odio generado se refiriese al motivo y no al nombre. Luego, después de insistir en los servicios que habían prestado a los generales cartagineses y en la rapacidad e insolencia que el último había exhibido, así como en los innumerables males que les había infligido a ellos y a sus compatriotas, prosiguió: "Hasta ahora hemos estado aliados con ellos por lo que respecta a nuestra presencia física, pero nuestros corazones y mentes han estado desde hace mucho donde creemos que se aprecian el derecho y la justicia. Venimos ahora, como suplicantes a los dioses que no permiten la violencia y la injusticia, y te imploramos, Escipión, que no consideres nuestro cambio de bando ni como un crimen ni como un mérito; juzga y evalúa nuestra conducta, considerando qué clase de hombres somos, poniéndonos a prueba de ahora en adelante". 

El general romano contestó que, precisamente esto, era lo que él deseaba hacer; no consideraría como desertores a hombres que no mantuvieron una alianza en la que no se respetó ninguna ley, ni divina ni humana. Entonces llevaron ante ellos a sus esposas e hijos, que les fueron devueltos en medio de lágrimas de alegría. Desde aquel día fueron huéspedes de los romanos, concluyéndose por la mañana un tratado definitivo de alianza y marchando a traer sus tropas. A su regreso compartieron el campamento romano y actuaron como guías hasta llegar donde el enemigo.

El ejército de Asdrúbal, que era el más cercano de los ejércitos cartagineses, se encontraba cerca de la ciudad la antigua Baecula, tradicionalmente identificada con Bailén,  Ante su campamento tenía destacamentos avanzados de caballería. Los vélites, los antesignarios, soldados de vanguardia que iban inmediatamente delante de las enseñas, como iban al frente de su marcha y antes de elegir el terreno para su campamento, lanzaron un ataque con tal desprecio que resultó perfectamente evidente el grado de ánimo que poseía cada bando.

La caballería fue rechazada hasta su campamento en desordenada huida, avanzando los estandartes romanos casi hasta sus mismas puertas. Aquel día, con sus ánimos excitados por el combate, los romanos instalaron su campamento. 

Por la noche, Asdrúbal retiró sus fuerzas a un montículo en cuya cima se extendía una llanura. Había un río en la parte posterior, y por delante y a los lados tenía como una orilla escarpada que la rodeaba completamente. Por debajo de esta había otra planicie en suave declive, que también estaba rodeada por un repecho de difícil ascenso. A esta llanura inferior envió Asdrúbal, al día siguiente, a su caballería númida y a las tropas ligeras baleáricas y africanas, cuando vio las tropas del enemigo formadas en orden de batalla ante su campamento. 

Escipión, cabalgando entre la formación y las enseñas, les señaló que "el enemigo, habiendo abandonado de antemano toda esperanza de contenerlos en terreno llano, se ha retirado a las colinas: allí los podían ver, apoyándose en la fuerza de su posición y no en su valor y sus armas". Pero los muros de Cartagena que habían escalado los soldados romanos eran aún más altos. Ni colinas, ni una ciudadela, ni siquiera el propio mar habían sido impedimento para sus armas. Las alturas que había ocupado el enemigo solo servirían para que este tuviera que saltar sobre riscos y precipicios al huir, pero él les cortaría incluso aquella vía de escape. 

En consecuencia, dio órdenes a dos cohortes para que una de ellas ocupara la entrada del valle inferior por donde fluía el río y que la otra bloquease el camino que llevaba de la ciudad al campo, sobre la ladera de la colina. Él en persona llevó las tropas ligeras, que el día anterior habían barrido al enemigo, contra las tropas ligeras que se encontraban estacionadas en el repecho inferior. Marcharon inicialmente por terreno quebrado, impedidos solo por el camino; después, cuando llegaron al alcance de los dardos, fue lanzada sobre ellos una inmensa cantidad de toda clase de armas; mientras, por su parte, no solo los soldados, sino una multitud de vivanderos  mezclados con los soldados, lanzaban piedras tomadas del suelo, que se extendían por todas partes y que casi en su totalidad servían como proyectiles. 


Sin embargo, aunque el ascenso fue difícil y casi se vieron superados por las piedras y los dardos, con su práctica en aproximarse a las murallas y su tenacidad de espíritu lograron los romanos superar la primera. Estos, tan pronto como llegaron a terreno nivelado y pudieron sostenerse a pie firme, obligaron al enemigo, débil para sostener el cuerpo a cuerpo, compuesto por tropas ligeras armadas para escaramucear y que solo se podía defender a distancia mediante una clase de combate elusivo librado mediante descarga de proyectiles, a huir de su posición; dando muerte a gran cantidad de ellos, los empujaron hasta donde estaban las fuerzas situadas por encima de ellos, en la altura superior. Sobre esta, Escipión, habiendo ordenado a las tropas victoriosas que se levantaran y atacasen el centro del enemigo; dividió sus fuerzas restantes con Lelio: las que este dirigía fueron enviadas a rodear la colina por la derecha hasta que encontrasen un camino de fácil ascenso, él mismo, entretanto, dando un corto rodeo por la izquierda, cargarían contra el enemigo por el flanco. Como consecuencia de esto, la línea cartaginesa fue puesta en confusión mientras trataban de dar la vuelta y enfrentar sus filas hacia donde resonaban los gritos que les rodeaban por todas partes. Durante esta confusión llegó también Lelio y, mientras el enemigo se retiraba para no quedar expuesto a ser herido por detrás, su línea frontal se desarticuló y dejó un espacio que ocupó el centro, que por aquel terreno abrupto nunca habría podido pasar en formación y con los elefantes situados frente a los estandartes. Mientras las tropas del enemigo eran masacradas en todos los sectores, Escipión, que con su ala izquierda había cargado sobre la derecha enemiga, estaba ocupado principalmente en atacar su flanco descubierto. Y ahora ya ni siquiera quedaba espacio para huir, pues destacamentos de tropas romanas habían bloqueado los caminos a ambos lados, derecha e izquierda, y la puerta del campamento estaba bloqueada por la huida del general y sus principales oficiales; a esto había que añadir el miedo a los elefantes que, cuando estaban desconcertados, eran más temidos que el enemigo. Murieron, así pues, al menos ocho mil hombres.

domingo, 5 de julio de 2015

Escipión saquea Onusa después de la victoria en la desembocadura del Ebro

Resultado de imagen de desembocadura del ebroCuenta Tito Livio que al principio de aquel verano (en el año 217 a. de C.) comenzó la guerra en Hispania, tanto por tierra como por mar. 

Asdrúbal añadió diez barcos a los que había recibido de su hermano, equipados y dispuestos para la acción, y dio a Himilcón una flota de cuarenta buques. Luego partió de Cartago Nova, manteniéndose cerca de tierra, y con su ejército moviéndose en paralelo a lo largo de la costa, listo para enfrentarse a cualquier fuerza que el enemigo le presentara.

Cuando Cneo Escipión se enteró de que su enemigo había abandonado sus cuarteles de invierno adoptó, en un principio, la misma táctica, pero luego consideró que no debía aventurarse a un combate terrestre a causa de las persistentes nuevas de más tropas auxiliares. 

Después de embarcar una fuerza selecta de su ejército, se dirigió con una flota de treinta y cinco barcos a enfrentarse con el enemigo. El día después de salir de Tarragona (su cuartel de invierno) fue a anclar a un punto distante diez millas de la desembocadura del Ebro (entonces todavía sin delta o con un delta muy reducido). Despachó dos barcos marselleses en reconocimiento y regresaron con informes de que la flota cartaginesa estaba anclada en la desembocadura del río y que su campamento estaba en la orilla. Escipión levó anclas enseguida y navegó hacia el enemigo con intención de provocarles un repentino pánico al sorprenderles con la guardia baja y sin sospechar del peligro.

Había en Hispania muchas torres situadas en terrenos elevados y que se empleaban tanto como atalayas como de puestos de defensa contra piratas. Fue desde una de estas donde vieron primeramente a los buques enemigos y lo señalizaron a Asdrúbal; la confusión y el alboroto llegaron antes al campamento de la costa que a los buques en la mar, pues aún no se oía el chapoteo de los remos y otros ruidos de los buques al avanzar y las puntas de tierra ocultaban la vista de la flota romana. 

De repente, llegó un jinete tras otro, enviados por Asdrúbal, ordenando que todos los que vagaban por la playa o descansaban en sus tiendas embarcasen a toda velocidad y tomasen las armas, pues la flota romana estaba ahora no lejos del puerto. Tal orden fueron dando los jinetes por todas partes, antes de que el propio Asdrúbal apareciera con todo su ejército. 

Por todas partes había ruido y confusión, los remeros y los soldados estaban mezclados a bordo, más como hombres que huían que como soldados dispuestos a entrar en acción. Apenas estuvieron todos a bordo, unos soltaban amarras y se inclinaban sobre las anclas, otros cortaban los cables; todo se efectuaba con demasiada prisa y velocidad, estorbando las labores náuticas a los preparativos de los soldados e impidiéndoles disponerse al combate a causa del pánico y la confusión que prevalecía entre los marineros. Para entonces, no solo estaban ya cerca los romanos, sino que incluso habían dispuesto sus buques para el ataque. 

Batalla naval del Ebro primavera del 217 AC. Auto J.G. Mencia Los cartagineses estaban completamente paralizados, más por su propio desorden que por la llegada del enemigo, y giraron sus barcos para huir tras abandonar una lucha de la que sería más exacto decir que se intentó y no que comenzó. Pero resultaba imposible que su línea, ampliamente extendida, entrase a la vez por la desembocadura del río, así que los barcos fueron llevados a tierra por todas partes. Algunos de los que iban a bordo desembarcaron por aguas poco profundas, otros saltaron a la playa, con o sin armas, huyendo hasta el ejército formado a lo largo de la costa. Dos barcos cartagineses, sin embargo, fueron capturados al principio y cuatro resultaron hundidos.


Aunque los romanos veían que el enemigo estaba formado en tierra y que su ejército se extendía por la orilla, no dudaron en perseguir al enemigo aterrorizado de la flota. Se hicieron con todos los buques que no habían encallado sus proas en la playa o llevado sus cascos hasta los vados sujetando cabos a sus popas y arrastrándolos tierra adentro. De cuarenta embarcaciones, veinticinco fueron capturadas de esta manera. Esto no fue, sin embargo, la mejor parte de la victoria. Su importancia principal radicó en el hecho de que este encuentro insignificante dio el dominio de todo el mar adyacente. 

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A continuación, la flota navegó hacia Onusa y allí los soldados desembarcaron, capturaron y saquearon el lugar para luego marchar hacia Cartagena. Asolaron toda la comarca alrededor y acabaron prendiendo fuego a las casas adyacentes a murallas y puertas

Reembarcaron cargados con el botín, navegaron hacia Loguntica [Lucenrum ?, Alicante], donde encontraron gran cantidad de esparto que Asdrúbal había reunido para uso naval. Tras apoderarse del que podrían usar quemaron el resto. No se limitaron a recorrer la costa, sino que cruzaron hasta la isla de Ibiza [Ebusum] (desde antiguo un enclave fenicio) donde efectuaron un decidido pero infructuoso ataque sobre la capital durante dos días completos. 

Al darse cuenta de que únicamente estaban perdiendo el tiempo con una empresa sin esperanza, se dieron a saquear el país, devastando y quemando varias aldeas. Aquí lograron más botín que en el continente, y después de colocarlo a bordo, estando ya a punto de partir, llegaron algunos embajadores de las islas Baleares hasta Escipión para pedir la paz. 

Desde aquí, la flota navegó hasta la provincia Citerior, donde se reunieron embajadores de todos los pueblos de la zona del Ebro, algunos incluso de las partes más remotas de Hispania. Los pueblos que realmente reconocieron la supremacía de Roma y entregaron rehenes sumaron ciento veinte. Los romanos tenían ahora tanta confianza en su ejército como en su armada y marcharon hasta el paso de Despeñaperros [saltus castulonensem, el paso de Cástulo. Asdrúbal se retiró a Lusitania, donde estaba más cerca del Atlántico.

Ahora parecía como si el resto del verano fuera a ser tranquilo, y así habría sido, por lo que a los cartagineses concernía. Pero el temperamento hispano es inquieto y amigo de los cambios, y después que los romanos hubieran abandonado el paso y se hubieran retirado hacia la costa, Mandonio e Indíbil, quien fuese anteriormente reyezuelo de los ilergetes [de Iltirta-Ilerda, la actual Lérida.], rebelaron a sus compatriotas y procedieron a correr las tierras de aquellos que estaban en paz y alianza con Roma. Escipión envió un tribuno militar con algunos auxiliares ligeramente armados para dispersarlos, y después de un enfrentamiento sin importancia, pues eran indisciplinados y estaban desorganizados, fueron casi todos puestos en fuga, algunos resultaron muertos o se les capturó y una gran parte se vio privada de sus armas. 

Este altercado, sin embargo, trajo Asdrúbal, que marchaba hacia el oeste, de vuelta en defensa de sus aliados al sur del Ebro (que según los tratados era territorio cartaginés). Los cartagineses se encontraban acampados entre los ilergavones [pueblo que habitaba próximo a la desembocadura del Ebro (entre el Ebro y el Mijares); el campamento romano estaba en Nueva Clase [pudiera ser Ad Nova, entre Lérida y Tarragona, mencionada en el itinerario Antonino, cuando nuevas inesperadas cambiaron el curso de la guerra en otra dirección.
(Así las cosas, tenemos a los romanos en territorio ilergeta, apaciguado pero no contento; y a los cartagineses en territorio ilergavón, que recientemente había sido rapiñado por los romanos. Por lo tanto la situación de los cartagineses parece más cómoda).

(Pero los celtíberos, del valle del Ebro, pero más interior que ilergetas y e ilergavones, desequilibran las cosas a favor de los romanos incitados por éstos). Los celtíberos, que habían enviado a sus notables ante Escipión, como embajadores, y habían entregado rehenes (para reforzar su compromiso de fidelidad), fueron incitados por un enviado de Escipión (seguramente invocando a los rehenes  como coaación y al botín como recompensa) a tomar las armas e invadir la provincia de Cartagena con un poderoso ejército. Capturaron al asalto tres ciudades fortificadas, y combatieron dos batallas victoriosas contra el propio Asdrúbal, matando a quince mil enemigos, haciendo cuatro mil prisioneros y apoderándose de numerosos estandartes. 

Esta era el estado de cosas cuando Publio Escipión, cuyo mando le había sido prorrogado tras haber cesado en el consulado, llegó a la provincia que le había sido asignada por el Senado. 

viernes, 3 de julio de 2015

LA CIUDAD DE ONUSA EN EL RELATO DE TITO LIVIO.

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Desde Sagunto hacia la conquista de Italia. Anibal pasa por la ciudad de Onusa

Cuenta Tito Livio que tras la captura de Sagunto, Aníbal se retiró a sus cuarteles de invierno en Cartagena. 


Estando en Cartagena le llegaron los informes de cuanto ocurría en Roma y en Cartago y se enteró de que él era, además del general que iba a dirigir la guerra, el único responsable de su estallido. 



Como no quería más retrasos, vendió y distribuyó el resto del botín, convocó a todos aquellos de sus soldados que eran de origen hispano y se dirigió a ellos para arengarlos: "Creo que vosotros mismos, aliados, reconoceréis que, ahora que hemos reducido todos los pueblos de Hispania, no nos queda más que poner fin a nuestras campañas y licenciar nuestros ejércitos o llevar nuestras guerras a otras tierras. Si tratamos de ganar botín y gloria de otras naciones, estos pueblos disfrutarán no solo de las bendiciones de la paz, sino también de los frutos de la victoria. Dado que, por lo tanto, nos esperan campañas lejos de casa, y no se sabe cuando volvéis a ver vuestras casas y cuanto os es querido, os concedo licencia para que todo el que lo desee pueda visitar a su gente amada. Debéis volver a reuniros a principio de la primavera, para que podamos, con la benevolente ayuda de los dioses, dedicarnos a una guerra que nos proporcionará inmenso botín y nos cubrirá de gloria". 


Todos ellos agradecieron la oportunidad, ofrecida tan espontáneamente, de visitar sus hogares tras una ausencia tan larga y en previsión de una ausencia aún más duradera. El descanso invernal, tras sus últimos esfuerzos y antes de los aún mayores que habrían de hacer, restauró sus facultades mentales y físicas, fortaleciéndoles de cara a las nuevas pruebas.

En los primeros días de la primavera se reunieron conforme a las órdenes. 

Después de pasar revista a la totalidad de los contingentes nativos, Aníbal fue a Cádiz (Gades), donde cumplió sus promesas a Hércules en el famoso santuario fenicio de Melqart-Herakles, y se comprometió con nuevos votos a esa deidad en el caso de que su empresa tuviera éxito.

Como África sería vulnerable a los ataques procedentes de Sicilia durante su larga marcha a través de Hispania y las dos Galias hasta Italia, decidió asegurar los territorios que iban a quedar en retaguardia con una fuerte guarnición. Para ocupar su lugar requirió tropas de África, una fuerza consistente principalmente infantería ligera[iaculatorum levium: lanzadores de jabalinas ligeros]. Habiendo transferido así africanos a Hispania e hispanos a África, esperaba que los soldados de cada procedencia prestaran así un mejor servicio, estado obligados por obligaciones recíprocas.

La fuerza que despachó a África consistió en trece mil ochocientos cincuenta infantes hispanos con cetras [escudo de entre 50 y 70 centímetros, de cuero o madera forrada de cuero] y ochocientos setenta honderos baleáricos, junto a un cuerpo de mil doscientos jinetes procedentes de muchas tribus. Esta fuerza estaba destinada en parte a la defensa de Cartago y en parte a distribuirse por el territorio africano. Al mismo tiempo, se enviaron oficiales de reclutamiento por diversas ciudades; ordenó que unos cuatro mil jóvenes escogidos de los alistados fueran llevados a Cartago para reforzar su defensa y también como rehenes que garantizasen la lealtad de sus pueblos.

Las mismas previsiones hubieron de hacerse en Hispania, tanto más cuanto que Aníbal era plenamente consciente de que los embajadores romanos habían ido por todo el país para ganarse a los jefes de las diversas tribus. Puso al mando a su enérgico y capaz hermano, Asdrúbal, y le asignó un ejército compuesto principalmente por tropas africanas: once mil ochocientos cincuenta de infantería africana, trescientos ligures y quinientos baleares. A estos infantes auxiliares añadió cuatrocientos cincuenta de caballería libio-púnica (raza mezcla de púnicos y africanos), unos mil ochocientos númidas y moros, habitantes de la orilla del océano y un pequeño grupo montado de trescientos ilergetes alistados en Hispania. Finalmente, para su sus fuerzas terrestres estuviera completa en todas sus partes, asignó veintiún elefantes.

La protección de la costa precisaba una flota, y como era natural suponer que los romanos emplearían nuevamente este arma, con la que habían logrado antes victorias, destinó una flota de cincuenta y siete buques, incluyendo cincuenta quinquerremes, dos cuadrirremes y cinco trirremes, aunque únicamente estaban dispuestas y pertrechadas de remos treinta y dos quinqueremes y los cinco trirremes.

Desde Gades volvió a los cuarteles de invierno de su ejército en Cartagena, y desde Cartagena comenzó su marcha hacia Italia.

Pasando por la ciudad de Onusa, marchó a lo largo de la costa hasta el Ebro.

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¿Dónde estaba Onusa?


¿Qué era Onusa?


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Dice la leyenda que mientras estaba detenido antes de cruzar el Ebro, vio en sueños a un joven de apariencia divina que le dijo que le había enviado Júpiter para que actuase como guía a Aníbal en su marcha a Italia. Debía, por tanto, seguirle y no apartar los ojos de él. Al principio, lleno de asombro, lo siguió sin mirar a su alrededor ni hacia atrás, pero como la curiosidad instintiva le impulsaba a preguntarse qué era lo que le estaba prohibido mirar a sus espaldas, ya no pudo controlar sus ojos. Vio detrás de él una serpiente grande y maravillosa, que se movía derribando árboles y arbustos frente a ella, mientras a su paso levantaba una tempestad de truenos. Él le preguntó qué significaba aquel maravilloso portento y se le dijo que era la devastación de Italia; que tenía que seguir adelante sin hacer más preguntas y dejar que su destino permaneciera oculto.

Complacido por esta visión, procedió a cruzar el Ebro con su ejército, en tres grupos, tras enviar hombres por adelantado para asegurarse con sobornos la buena voluntad de los habitantes galos en sus lugares de cruce y también para reconocer los pasos de los Alpes.

Llevó noventa mil de infantería y doce mil de caballería a través del Ebro. Su siguiente paso fue someter a los ilergetes, los bargusios y a los ausetanos, así como el territorio de la Lacetania que se encuentra a los pies de los Pirineos. Puso a Hanón al mando de toda la línea de costa para asegurar el paso que conecta Hispania con la Galia, y le dio un ejército de diez mil infantes para mantener el terreno y mil de caballería. Cuando su ejército comenzó el paso de los Pirineos y los bárbaros vieron que era cierto el rumor de que les llevaban contra Roma, tres mis carpetanos desertaron. Se dio a entender que les indujo a desertar no tanto la perspectiva de la guerra como la duración de la marcha y la imposibilidad de cruzar los Alpes. Como hubiera sido peligroso exigirles volver o tratar de detenerlos por la fuerza, por si se levantaban los ánimos del resto del ejército, Aníbal envió de regreso a sus casas a más de siete mil hombres que, según había descubierto por sí mismo, estaban cansados de la campaña; al mismo tiempo hizo parecer que los carpetanos habían sido despedidos por él.