domingo, 10 de agosto de 2014

Ocupando el territorio tras la conquista de Valencia. La orden de Montesa.




La órdenes militares del Temple y del Hospital, aunque no habían destacado por su actividad militar ni su gran habilidad durante la guerra, habían estado permanentemente presentes durante todo el proceso de la conquista de Valencia, e influyendo en episodios clave de la vida de don Jaime. 

Después de la conquista, reciben una serie de territorios y señoríos, y su interés se centra en la repoblación y explotación de éstos.

Pero en el periodo de cambio del siglo XIII al XIV, se producen trasformaciones importantes en Europa. 

En la lucha por el control del papado, la balanza se decanta hacia Francia. Felipe IV, viéndose fuerte, aprovecha las circunstancias para disolver la orden de los Templarios. 

Jaime II de Aragón. Rey de Valencia 


Desde 1291 es rey de Aragón y rey de Valencia, Jaime II, que tiene parecidos intereses a los del rey de Francia y en cuanto puede trata de aprovechar la ocasión para adquirir los bienes de la orden procesada y fortalecer el poder real.


El Temple es disuelto en 1312. Jaime II, en parte por iniciativa propia y en parte porque se lo pide el rey de Francia, sigue los pasos de éste.


Lo que no quiere es que la Orden del Hospital, una orden que tiene un ámbito de influencia mayor que el de los reinos feudales y por lo tanto no sometida a ellos, concentre bajo su poder un inmenso patrimonio de bienes y castillos en la corona de Aragón, si se queda con los bienes del Temple para hacerse todavía más grande. 

Lo cierto es que con esto se deshace una estrategia anterior. En tiempos del rey don Jaime, se le presentaron distintas alternativas para organizar el territorio valenciano conquistado. Lo más natural era basarse en las unidades administrativas definidas a partir de los términos cuya cabecera era un castillo: los distritos castrales. Ahora bien, el problema consistía en el reparto de estos distritos. 

El rey don Jaime tenía algunos compromisos. Uno con el obispo de Tortosa, en el sentido de tener que cumplir su antigua promesa de devolverle la integridad de la diócesis visigoda, y otro con el obispo de Segorbe en relación con la conversión y donación de Zayd. Cumpliendo ambos compromisos los nuevos territorios valencianos hubieran quedado en su mayor parte en manos de la iglesia. Jaime I prefiere, sin embargo, repartir los territorios entre diferentes manos. Los beneficiarios son algunas familias como los Blasco de Alagón, o los Guillem de Anglesola, y diferentes órdenes militares. 

Este diseño resulta perecedero y, en pocos años, a finales del siglo XIII resulta en una concentración de la mayoría de las posesiones en dos señoríos principales: el Temple y el Hospital. 





Por todo ello, cuando el Temple se disuelve y el Hospital puede quedar como heredera y dueña de una buena parte del reino de valencia, Jaime II se moviliza para fundar una nueva milicia: la Orden de Montesa.

Una vez que Jaime II ha decidido que quiere fundar una nueva orden militar, que recoja los bienes principales de la procesada orden del Temple, le queda lo más difícil: convencer al Papa.


Lo primero que intenta es quedarse para sí mismo los bienes de los templarios, pero eso es inmediatamente rechazado. Su segundo intento consiste en que la orden del Hospital no se quede con todo. Para esto cuenta con el apoyo de Castilla y Portugal, y esto sí que se consigue.

Más difícil es que se acepte su propuesta de fundar una orden nueva. Aunque Jaime II ofrece que esté bajo el hábito de la orden del Calatrava y presenta el castillo de Montesa como sede, el Papa Clemente V se niega, seguramente influido por el rey de Francia: no convence la idea de una orden de carácter nacional, más sujeta al rey que a la Santa Sede. Sobre todo, porque no sabe hasta qué punto los reyes de Aragón son de fiar después de sus aventuras en Sicilia.


A Clemente V, le sustituye Juan XXII, menos controlado que su predecesor por el rey de Francia, y que pudo ver en la propuesta de Jaime II, que se le vuelve a presentar, un modo de contrapesar el excesivo poder de éste. El caso es que la acepta.


Así, tras toda esta serie de negociaciones con el papa, se logra la creación de una milicia para el reino de Valencia,la Orden de Montesa, cuyos objetivos debían ser, sobre el papel, tal y como se expresa en la bula de fundación, defender las fronteras del reino y luchar contra los musulmanes. La bula se firma el 10 de junio de 1317. Eso sí, el Papa se reserva el derecho de nombrar el primer Maestre.

Al día siguiente, el 11 de junio, el Papa da instrucciones al Obispo de Tortosa, al abad de Valldigna y al chantre de la Catedral de Gerona para que se ocupen de que la orden del Hospital deje libres sus señoríos en Valencia y se trasladen a Aragón.

Establecido el acuerdo entre Jaime II y el papa sobre la fundación de la Orden de Montesa, es el momento de aplicarlo.

Curiosamente, o no tanto, es el maestre de la Orden de Calatrava el que más se resiste.

Aunque la nueva orden estará bajo el hábito de la suya, el asunto no le huele bien porque esa sujeción parece que estará más sobre el papel que en la práctica.


Tanto es así, que el papa tiene que recurrir al obispo de Valencia para que bajo la amenaza de excomunión le diga al maestre que se disponga a cumplir con su parte de lo acordado.


El obispo le escribe al maestre citándole en el castillo de Montesa, pero el maestre se excusa diciendo que está combatiendo contra los musulmanes en Granada. Manda, sin embargo, al comendador de Alcañiz para que le represente en la reunión, y así finalmente, en este encuentro, los de Calatrava se avienen a cumplir con la bula del papa.


La ceremonia de investidura de los nuevos caballeros de Montesa se hace en Barcelona el 22 de julio de 1319. Se nombra a tres caballeros que no se sabe por qué razones fueron elegidos, pero el caso es que pertenecían a la Orden del Hospital, con lo cual la cosa no va a parar muy lejos.


De entre los tres caballeros, el abad de Santes Creus, que representa en esto al papa, elige a uno de ellos como maestre de la Orden.

Pero no queda ahí el asunto, el maestre no tardó en encontrarse enfermo. Aun así emprende viaje desde Barcelona hacia su nuevo señorío en el reino de Valencia. Pero sólo logra llegar, con grandes dificultades, a Peñíscola, donde muere.

Es entonces cuando Jaime II se moviliza escribiendo al papa para que, dadas las circunstancias, deje en manos del abad de Santes Creus el nombramiento del sucesor. El papa se aviene y el nombramiento recae en Arnau de Soler, anteriormente caballero del Hospital y comendador de Aliaga, y más importante, el preceptor del hijo mayor de Jaime II. Se cierra así el círculo: la nueva orden queda en manos de un hombre de confianza del rey.

Santa María de Montesa recibe un patrimonio basado en rentas, castillos y territorios que antes habían pertenecido a la extinguida orden templaría más otros bienes del Hospital, que a su vez fueron fortalezas de pasado islámico y que tras la conquista de las tierras valencianas habían formado parte de otros dueños y señoríos.

Montesa percibió bienes concentrados principalmente en el norte del reino, siendo las fortalezas principales los castillos de Ares, Coves de Vinromá, Cervera, Culla, Peñíscola, Xivert, Pulpis, Onda y Villafamés.

La sede de la orden está sin embargo en el castillo de Montesa, ya más al sur de la ciudad de Valencia, y le pertenece también la fortaleza de Perputxent.


La Orden se organiza en unidades territoriales que reciben el nombre de encomiendas que son en general homónimas del castillo y villa que las encabeza. Cada encomienda se compone de varios lugares, pueblos y castillos. La Orden percibe también algunas torres de alquerias islámicas más aisladas, como en Silla o Moncada, que no forman encomiendas autónomas y obtiene también algunas casas y tierras en Burriana.


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