La taifa de Toledo no era la única que había tenido pretensiones anexionistas respecto de Valencia. La taifa de Zaragoza estaba
también al acecho.
Este panorama en el que falta un poder central fuerte favorece la
aparición de nuevos estilos de vida. Que no haya ejércitos regulares importantes hace necesario recurrir al pago de
soldados mercenarios que prestan sus servicios al que mejor les paga en cada
momento, o si se quiere, a la causa que
les parece más justa; según que se su alma
de mercenario o de caballero sea la que prevalezca. El Cid es uno de estos
personajes.
Fuera de su tierra, se ve con fuerzas
suficientes para atacar las taifas musulmanas que considera más débiles. Tiene
éxito en su empeño y consigue convertir en tributarias para sí mismo las taifas
de Albarracín y Alpuente, situadas como
una especie de cuña entre las taifas de Toledo, Zaragoza y Valencia.
Desde aquí tiene un buen observatorio de la
situación política de esta parte de la península. A la vista de
que la taifa de Valencia está gobernada por el antiguo rey de Toledo, y
que éste tiene un pacto con los cristianos, decide que su mejor opción es
servir a la taifa valenciana para defenderla de los ímpetus anexionistas de la
taifa de Zaragoza.
La situación política del rey de Valencia,
Al-Qadir, es en cualquier caso sumamente
inestable. Es un rey extraño para los habitantes de Valencia y en la ciudad hay
muchos partidarios de que la solución ha de venir de los almorávides. Piensan
que es mejor un gobierno almorávide musulmán que un pacto con los cristianos. Aquellas inquietudes
acaban en una revuelta pro-almorávide y con la muerte del al-Qadir.
Esta es la ocasión que aprovecha el Cid
para hacerse con el poder en Valencia. Alegando la defensa de los intereses de
al-Qadir y tras diecinueve meses de asedio, logra entrar en la ciudad. Es el mes
de junio del año 1094.
Los almorávides, sabiendo que tienen un
numeroso grupo de partidarios en Valencia, no dudan en fijar su conquista como
objetivo prioritario.
El Cid y sus huestes tienen que defender la
ciudad. Eso no hubiera sido posible si no hubiera logrado el favor de los
habitantes de Valencia. El Cid establece
una corte amable, con un ejercicio ponderado del poder y cuando llegan los
almorávides están del lado del Cid.
El buen gobierno del Cid es lo que explica por qué prácticamente todos colaboran
en la defensa de la ciudad cuando los almorávides se presentan con un ingente
ejército que es derrotado.
Sin embargo los almorávides no sueltan la
presa y en uno de los numerosos ataques muere el Cid, no sin haber logrado antes el
control de los castillos de Almenara y Sagunto.
Su viuda, doña Jimena, consigue resistir todavía dos años más gracias al apoyo de los condes catalanes, en
virtud del vínculo familiar que unía a su
hija Maria con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer.
Pero es finalmente al rey de Castilla a
quien recurre cuando Valencia es sitiada en el año 1101. Alfonso VI acude en
socorro de doña Jimena y logra que los almorávides se retiren momentáneamente,
pero decide que Valencia debe ser abandonada, pues considera imposible su defensa a largo plazo.
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