miércoles, 29 de julio de 2015

Indibil y Mandonio cambian de bando y decantan la balanza a favor de Roma


poblado-iberoSegunda Guerra Púnica


En el año 212 a. C., durante la segunda guerra púnica, los hermanos Publio y Cneo Cornelio Escipión pasaron al ataque, siendo derrotados y muertos por los cartagineses. La conducta de Asdrúbal Giscón, que exigió a ilergetes y ausetanos dinero y la entrega de la mujer de Mandonio y las hijas de Indíbil como rehenes y garantes de su fidelidad, los empezó a separarse de los cartagineses. 


Año 209. Cuenta Titp Livio que Publio Escipión (hijo) había pasado todo el invierno ocupado en la conquista de diversas tribus hispanas, bien mediante sobornos, bien mediante la devolución de sus compatriotas que habían sido tomados como rehenes o prisioneros. 

Al comienzo del verano Edecón, un jefe hispano famoso, vino a visitarle. Su esposa e hijos estaban en manos de los romanos; pero aquella no era la única razón por la que venía, también le influyó el aparente cambio de sentir que se produjo en toda Hispania en favor de Roma y contra Cartago. 

Por el mismo motivo se movíeron Indíbil, rey de los ilergetes, habitantes de la margen izquierda del valle del Ebro, y Mandonio, jefe del pueblo de los ausetanos, habitantes de las tierras próximas a la costa en el noreste de la península (Vich); que eran sin duda alguna los más poderosos príncipes de Hispania. Junto con sus fuerzas, abandonaron a Aníbal, se retiraron a las colinas que estaban sobre su campamento y, manteniéndose a lo largo de las cumbres de las montañas, se abrieron camino con seguridad hasta el cuartel general romano.

Cuando Asdrúbal vio que el enemigo estaba recibiendo tales incrementos de fuerza, mientras las suyas propias disminuían en la misma proporción, se dio cuenta de que seguiría la sangría a menos que efectuase algún movimiento audaz; así pues, decidió aprovechar la primera oportunidad que tuviera para combatir.

Escipión ansiaba todavía más una batalla; su confianza había aumentado con el éxito y no estaba dispuesto a esperar hasta que se hubiesen unido los ejércitos enemigos, prefería enfrentarse a cada uno por separado en vez de a todos juntos. Sin embargo, para el caso de que tuviera que enfrentar sus fuerzas combinadas, había aumentado sus fuerzas por cierto método ingenioso. Como toda la costa hispana estaba ahora limpia de buques enemigos, ya no estaba dando uso a su propia flota, así que tras varar los barcos en Tarragona hizo que las tripulaciones aliadas reforzaran su ejército terrestre. Tenía armamento más que suficiente, pues junto al conseguido en la captura de Cartagena tenía aquel fabricado posteriormente por la gran cantidad de artesanos.

Lelio, en cuya ausencia no emprendió nada de importancia, había regresado de Roma, por lo que en los primeros días de la primavera partió de Tarragona con su ejército combinado y se dirigió directamente hacia el enemigo.

Había paz por todo el país que atravesó; cada tribu, según se aproximaba, le daba una recepción amigable y lo escoltaba hasta sus fronteras. En su camino se encontró con Indíbil y Mandonio. El primero, hablando por sí mismo y por su compañero, se dirigió a Escipión con un lenguaje grave y avergonzado, muy diferente del discurso áspero e insensato de los bárbaros. Presentó el hecho de haberse pasado a Roma más como una decisión irremediable que como si reclamase la gloria de haberlo hecho a la primera oportunidad. 

Era muy consciente, dijo, de que la consideración de desertor era odiosa para los antiguos amigos y sospechosa para los nuevos; tampoco consideraba errónea esta manera de considerarlo, siempre y cuando el doble odio generado se refiriese al motivo y no al nombre. Luego, después de insistir en los servicios que habían prestado a los generales cartagineses y en la rapacidad e insolencia que el último había exhibido, así como en los innumerables males que les había infligido a ellos y a sus compatriotas, prosiguió: "Hasta ahora hemos estado aliados con ellos por lo que respecta a nuestra presencia física, pero nuestros corazones y mentes han estado desde hace mucho donde creemos que se aprecian el derecho y la justicia. Venimos ahora, como suplicantes a los dioses que no permiten la violencia y la injusticia, y te imploramos, Escipión, que no consideres nuestro cambio de bando ni como un crimen ni como un mérito; juzga y evalúa nuestra conducta, considerando qué clase de hombres somos, poniéndonos a prueba de ahora en adelante". 

El general romano contestó que, precisamente esto, era lo que él deseaba hacer; no consideraría como desertores a hombres que no mantuvieron una alianza en la que no se respetó ninguna ley, ni divina ni humana. Entonces llevaron ante ellos a sus esposas e hijos, que les fueron devueltos en medio de lágrimas de alegría. Desde aquel día fueron huéspedes de los romanos, concluyéndose por la mañana un tratado definitivo de alianza y marchando a traer sus tropas. A su regreso compartieron el campamento romano y actuaron como guías hasta llegar donde el enemigo.

El ejército de Asdrúbal, que era el más cercano de los ejércitos cartagineses, se encontraba cerca de la ciudad la antigua Baecula, tradicionalmente identificada con Bailén,  Ante su campamento tenía destacamentos avanzados de caballería. Los vélites, los antesignarios, soldados de vanguardia que iban inmediatamente delante de las enseñas, como iban al frente de su marcha y antes de elegir el terreno para su campamento, lanzaron un ataque con tal desprecio que resultó perfectamente evidente el grado de ánimo que poseía cada bando.

La caballería fue rechazada hasta su campamento en desordenada huida, avanzando los estandartes romanos casi hasta sus mismas puertas. Aquel día, con sus ánimos excitados por el combate, los romanos instalaron su campamento. 

Por la noche, Asdrúbal retiró sus fuerzas a un montículo en cuya cima se extendía una llanura. Había un río en la parte posterior, y por delante y a los lados tenía como una orilla escarpada que la rodeaba completamente. Por debajo de esta había otra planicie en suave declive, que también estaba rodeada por un repecho de difícil ascenso. A esta llanura inferior envió Asdrúbal, al día siguiente, a su caballería númida y a las tropas ligeras baleáricas y africanas, cuando vio las tropas del enemigo formadas en orden de batalla ante su campamento. 

Escipión, cabalgando entre la formación y las enseñas, les señaló que "el enemigo, habiendo abandonado de antemano toda esperanza de contenerlos en terreno llano, se ha retirado a las colinas: allí los podían ver, apoyándose en la fuerza de su posición y no en su valor y sus armas". Pero los muros de Cartagena que habían escalado los soldados romanos eran aún más altos. Ni colinas, ni una ciudadela, ni siquiera el propio mar habían sido impedimento para sus armas. Las alturas que había ocupado el enemigo solo servirían para que este tuviera que saltar sobre riscos y precipicios al huir, pero él les cortaría incluso aquella vía de escape. 

En consecuencia, dio órdenes a dos cohortes para que una de ellas ocupara la entrada del valle inferior por donde fluía el río y que la otra bloquease el camino que llevaba de la ciudad al campo, sobre la ladera de la colina. Él en persona llevó las tropas ligeras, que el día anterior habían barrido al enemigo, contra las tropas ligeras que se encontraban estacionadas en el repecho inferior. Marcharon inicialmente por terreno quebrado, impedidos solo por el camino; después, cuando llegaron al alcance de los dardos, fue lanzada sobre ellos una inmensa cantidad de toda clase de armas; mientras, por su parte, no solo los soldados, sino una multitud de vivanderos  mezclados con los soldados, lanzaban piedras tomadas del suelo, que se extendían por todas partes y que casi en su totalidad servían como proyectiles. 


Sin embargo, aunque el ascenso fue difícil y casi se vieron superados por las piedras y los dardos, con su práctica en aproximarse a las murallas y su tenacidad de espíritu lograron los romanos superar la primera. Estos, tan pronto como llegaron a terreno nivelado y pudieron sostenerse a pie firme, obligaron al enemigo, débil para sostener el cuerpo a cuerpo, compuesto por tropas ligeras armadas para escaramucear y que solo se podía defender a distancia mediante una clase de combate elusivo librado mediante descarga de proyectiles, a huir de su posición; dando muerte a gran cantidad de ellos, los empujaron hasta donde estaban las fuerzas situadas por encima de ellos, en la altura superior. Sobre esta, Escipión, habiendo ordenado a las tropas victoriosas que se levantaran y atacasen el centro del enemigo; dividió sus fuerzas restantes con Lelio: las que este dirigía fueron enviadas a rodear la colina por la derecha hasta que encontrasen un camino de fácil ascenso, él mismo, entretanto, dando un corto rodeo por la izquierda, cargarían contra el enemigo por el flanco. Como consecuencia de esto, la línea cartaginesa fue puesta en confusión mientras trataban de dar la vuelta y enfrentar sus filas hacia donde resonaban los gritos que les rodeaban por todas partes. Durante esta confusión llegó también Lelio y, mientras el enemigo se retiraba para no quedar expuesto a ser herido por detrás, su línea frontal se desarticuló y dejó un espacio que ocupó el centro, que por aquel terreno abrupto nunca habría podido pasar en formación y con los elefantes situados frente a los estandartes. Mientras las tropas del enemigo eran masacradas en todos los sectores, Escipión, que con su ala izquierda había cargado sobre la derecha enemiga, estaba ocupado principalmente en atacar su flanco descubierto. Y ahora ya ni siquiera quedaba espacio para huir, pues destacamentos de tropas romanas habían bloqueado los caminos a ambos lados, derecha e izquierda, y la puerta del campamento estaba bloqueada por la huida del general y sus principales oficiales; a esto había que añadir el miedo a los elefantes que, cuando estaban desconcertados, eran más temidos que el enemigo. Murieron, así pues, al menos ocho mil hombres.

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