viernes, 3 de julio de 2015

LA CIUDAD DE ONUSA EN EL RELATO DE TITO LIVIO.

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Desde Sagunto hacia la conquista de Italia. Anibal pasa por la ciudad de Onusa

Cuenta Tito Livio que tras la captura de Sagunto, Aníbal se retiró a sus cuarteles de invierno en Cartagena. 


Estando en Cartagena le llegaron los informes de cuanto ocurría en Roma y en Cartago y se enteró de que él era, además del general que iba a dirigir la guerra, el único responsable de su estallido. 



Como no quería más retrasos, vendió y distribuyó el resto del botín, convocó a todos aquellos de sus soldados que eran de origen hispano y se dirigió a ellos para arengarlos: "Creo que vosotros mismos, aliados, reconoceréis que, ahora que hemos reducido todos los pueblos de Hispania, no nos queda más que poner fin a nuestras campañas y licenciar nuestros ejércitos o llevar nuestras guerras a otras tierras. Si tratamos de ganar botín y gloria de otras naciones, estos pueblos disfrutarán no solo de las bendiciones de la paz, sino también de los frutos de la victoria. Dado que, por lo tanto, nos esperan campañas lejos de casa, y no se sabe cuando volvéis a ver vuestras casas y cuanto os es querido, os concedo licencia para que todo el que lo desee pueda visitar a su gente amada. Debéis volver a reuniros a principio de la primavera, para que podamos, con la benevolente ayuda de los dioses, dedicarnos a una guerra que nos proporcionará inmenso botín y nos cubrirá de gloria". 


Todos ellos agradecieron la oportunidad, ofrecida tan espontáneamente, de visitar sus hogares tras una ausencia tan larga y en previsión de una ausencia aún más duradera. El descanso invernal, tras sus últimos esfuerzos y antes de los aún mayores que habrían de hacer, restauró sus facultades mentales y físicas, fortaleciéndoles de cara a las nuevas pruebas.

En los primeros días de la primavera se reunieron conforme a las órdenes. 

Después de pasar revista a la totalidad de los contingentes nativos, Aníbal fue a Cádiz (Gades), donde cumplió sus promesas a Hércules en el famoso santuario fenicio de Melqart-Herakles, y se comprometió con nuevos votos a esa deidad en el caso de que su empresa tuviera éxito.

Como África sería vulnerable a los ataques procedentes de Sicilia durante su larga marcha a través de Hispania y las dos Galias hasta Italia, decidió asegurar los territorios que iban a quedar en retaguardia con una fuerte guarnición. Para ocupar su lugar requirió tropas de África, una fuerza consistente principalmente infantería ligera[iaculatorum levium: lanzadores de jabalinas ligeros]. Habiendo transferido así africanos a Hispania e hispanos a África, esperaba que los soldados de cada procedencia prestaran así un mejor servicio, estado obligados por obligaciones recíprocas.

La fuerza que despachó a África consistió en trece mil ochocientos cincuenta infantes hispanos con cetras [escudo de entre 50 y 70 centímetros, de cuero o madera forrada de cuero] y ochocientos setenta honderos baleáricos, junto a un cuerpo de mil doscientos jinetes procedentes de muchas tribus. Esta fuerza estaba destinada en parte a la defensa de Cartago y en parte a distribuirse por el territorio africano. Al mismo tiempo, se enviaron oficiales de reclutamiento por diversas ciudades; ordenó que unos cuatro mil jóvenes escogidos de los alistados fueran llevados a Cartago para reforzar su defensa y también como rehenes que garantizasen la lealtad de sus pueblos.

Las mismas previsiones hubieron de hacerse en Hispania, tanto más cuanto que Aníbal era plenamente consciente de que los embajadores romanos habían ido por todo el país para ganarse a los jefes de las diversas tribus. Puso al mando a su enérgico y capaz hermano, Asdrúbal, y le asignó un ejército compuesto principalmente por tropas africanas: once mil ochocientos cincuenta de infantería africana, trescientos ligures y quinientos baleares. A estos infantes auxiliares añadió cuatrocientos cincuenta de caballería libio-púnica (raza mezcla de púnicos y africanos), unos mil ochocientos númidas y moros, habitantes de la orilla del océano y un pequeño grupo montado de trescientos ilergetes alistados en Hispania. Finalmente, para su sus fuerzas terrestres estuviera completa en todas sus partes, asignó veintiún elefantes.

La protección de la costa precisaba una flota, y como era natural suponer que los romanos emplearían nuevamente este arma, con la que habían logrado antes victorias, destinó una flota de cincuenta y siete buques, incluyendo cincuenta quinquerremes, dos cuadrirremes y cinco trirremes, aunque únicamente estaban dispuestas y pertrechadas de remos treinta y dos quinqueremes y los cinco trirremes.

Desde Gades volvió a los cuarteles de invierno de su ejército en Cartagena, y desde Cartagena comenzó su marcha hacia Italia.

Pasando por la ciudad de Onusa, marchó a lo largo de la costa hasta el Ebro.

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¿Dónde estaba Onusa?


¿Qué era Onusa?


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Dice la leyenda que mientras estaba detenido antes de cruzar el Ebro, vio en sueños a un joven de apariencia divina que le dijo que le había enviado Júpiter para que actuase como guía a Aníbal en su marcha a Italia. Debía, por tanto, seguirle y no apartar los ojos de él. Al principio, lleno de asombro, lo siguió sin mirar a su alrededor ni hacia atrás, pero como la curiosidad instintiva le impulsaba a preguntarse qué era lo que le estaba prohibido mirar a sus espaldas, ya no pudo controlar sus ojos. Vio detrás de él una serpiente grande y maravillosa, que se movía derribando árboles y arbustos frente a ella, mientras a su paso levantaba una tempestad de truenos. Él le preguntó qué significaba aquel maravilloso portento y se le dijo que era la devastación de Italia; que tenía que seguir adelante sin hacer más preguntas y dejar que su destino permaneciera oculto.

Complacido por esta visión, procedió a cruzar el Ebro con su ejército, en tres grupos, tras enviar hombres por adelantado para asegurarse con sobornos la buena voluntad de los habitantes galos en sus lugares de cruce y también para reconocer los pasos de los Alpes.

Llevó noventa mil de infantería y doce mil de caballería a través del Ebro. Su siguiente paso fue someter a los ilergetes, los bargusios y a los ausetanos, así como el territorio de la Lacetania que se encuentra a los pies de los Pirineos. Puso a Hanón al mando de toda la línea de costa para asegurar el paso que conecta Hispania con la Galia, y le dio un ejército de diez mil infantes para mantener el terreno y mil de caballería. Cuando su ejército comenzó el paso de los Pirineos y los bárbaros vieron que era cierto el rumor de que les llevaban contra Roma, tres mis carpetanos desertaron. Se dio a entender que les indujo a desertar no tanto la perspectiva de la guerra como la duración de la marcha y la imposibilidad de cruzar los Alpes. Como hubiera sido peligroso exigirles volver o tratar de detenerlos por la fuerza, por si se levantaban los ánimos del resto del ejército, Aníbal envió de regreso a sus casas a más de siete mil hombres que, según había descubierto por sí mismo, estaban cansados de la campaña; al mismo tiempo hizo parecer que los carpetanos habían sido despedidos por él.

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