domingo, 5 de julio de 2015

Escipión saquea Onusa después de la victoria en la desembocadura del Ebro

Resultado de imagen de desembocadura del ebroCuenta Tito Livio que al principio de aquel verano (en el año 217 a. de C.) comenzó la guerra en Hispania, tanto por tierra como por mar. 

Asdrúbal añadió diez barcos a los que había recibido de su hermano, equipados y dispuestos para la acción, y dio a Himilcón una flota de cuarenta buques. Luego partió de Cartago Nova, manteniéndose cerca de tierra, y con su ejército moviéndose en paralelo a lo largo de la costa, listo para enfrentarse a cualquier fuerza que el enemigo le presentara.

Cuando Cneo Escipión se enteró de que su enemigo había abandonado sus cuarteles de invierno adoptó, en un principio, la misma táctica, pero luego consideró que no debía aventurarse a un combate terrestre a causa de las persistentes nuevas de más tropas auxiliares. 

Después de embarcar una fuerza selecta de su ejército, se dirigió con una flota de treinta y cinco barcos a enfrentarse con el enemigo. El día después de salir de Tarragona (su cuartel de invierno) fue a anclar a un punto distante diez millas de la desembocadura del Ebro (entonces todavía sin delta o con un delta muy reducido). Despachó dos barcos marselleses en reconocimiento y regresaron con informes de que la flota cartaginesa estaba anclada en la desembocadura del río y que su campamento estaba en la orilla. Escipión levó anclas enseguida y navegó hacia el enemigo con intención de provocarles un repentino pánico al sorprenderles con la guardia baja y sin sospechar del peligro.

Había en Hispania muchas torres situadas en terrenos elevados y que se empleaban tanto como atalayas como de puestos de defensa contra piratas. Fue desde una de estas donde vieron primeramente a los buques enemigos y lo señalizaron a Asdrúbal; la confusión y el alboroto llegaron antes al campamento de la costa que a los buques en la mar, pues aún no se oía el chapoteo de los remos y otros ruidos de los buques al avanzar y las puntas de tierra ocultaban la vista de la flota romana. 

De repente, llegó un jinete tras otro, enviados por Asdrúbal, ordenando que todos los que vagaban por la playa o descansaban en sus tiendas embarcasen a toda velocidad y tomasen las armas, pues la flota romana estaba ahora no lejos del puerto. Tal orden fueron dando los jinetes por todas partes, antes de que el propio Asdrúbal apareciera con todo su ejército. 

Por todas partes había ruido y confusión, los remeros y los soldados estaban mezclados a bordo, más como hombres que huían que como soldados dispuestos a entrar en acción. Apenas estuvieron todos a bordo, unos soltaban amarras y se inclinaban sobre las anclas, otros cortaban los cables; todo se efectuaba con demasiada prisa y velocidad, estorbando las labores náuticas a los preparativos de los soldados e impidiéndoles disponerse al combate a causa del pánico y la confusión que prevalecía entre los marineros. Para entonces, no solo estaban ya cerca los romanos, sino que incluso habían dispuesto sus buques para el ataque. 

Batalla naval del Ebro primavera del 217 AC. Auto J.G. Mencia Los cartagineses estaban completamente paralizados, más por su propio desorden que por la llegada del enemigo, y giraron sus barcos para huir tras abandonar una lucha de la que sería más exacto decir que se intentó y no que comenzó. Pero resultaba imposible que su línea, ampliamente extendida, entrase a la vez por la desembocadura del río, así que los barcos fueron llevados a tierra por todas partes. Algunos de los que iban a bordo desembarcaron por aguas poco profundas, otros saltaron a la playa, con o sin armas, huyendo hasta el ejército formado a lo largo de la costa. Dos barcos cartagineses, sin embargo, fueron capturados al principio y cuatro resultaron hundidos.


Aunque los romanos veían que el enemigo estaba formado en tierra y que su ejército se extendía por la orilla, no dudaron en perseguir al enemigo aterrorizado de la flota. Se hicieron con todos los buques que no habían encallado sus proas en la playa o llevado sus cascos hasta los vados sujetando cabos a sus popas y arrastrándolos tierra adentro. De cuarenta embarcaciones, veinticinco fueron capturadas de esta manera. Esto no fue, sin embargo, la mejor parte de la victoria. Su importancia principal radicó en el hecho de que este encuentro insignificante dio el dominio de todo el mar adyacente. 

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A continuación, la flota navegó hacia Onusa y allí los soldados desembarcaron, capturaron y saquearon el lugar para luego marchar hacia Cartagena. Asolaron toda la comarca alrededor y acabaron prendiendo fuego a las casas adyacentes a murallas y puertas

Reembarcaron cargados con el botín, navegaron hacia Loguntica [Lucenrum ?, Alicante], donde encontraron gran cantidad de esparto que Asdrúbal había reunido para uso naval. Tras apoderarse del que podrían usar quemaron el resto. No se limitaron a recorrer la costa, sino que cruzaron hasta la isla de Ibiza [Ebusum] (desde antiguo un enclave fenicio) donde efectuaron un decidido pero infructuoso ataque sobre la capital durante dos días completos. 

Al darse cuenta de que únicamente estaban perdiendo el tiempo con una empresa sin esperanza, se dieron a saquear el país, devastando y quemando varias aldeas. Aquí lograron más botín que en el continente, y después de colocarlo a bordo, estando ya a punto de partir, llegaron algunos embajadores de las islas Baleares hasta Escipión para pedir la paz. 

Desde aquí, la flota navegó hasta la provincia Citerior, donde se reunieron embajadores de todos los pueblos de la zona del Ebro, algunos incluso de las partes más remotas de Hispania. Los pueblos que realmente reconocieron la supremacía de Roma y entregaron rehenes sumaron ciento veinte. Los romanos tenían ahora tanta confianza en su ejército como en su armada y marcharon hasta el paso de Despeñaperros [saltus castulonensem, el paso de Cástulo. Asdrúbal se retiró a Lusitania, donde estaba más cerca del Atlántico.

Ahora parecía como si el resto del verano fuera a ser tranquilo, y así habría sido, por lo que a los cartagineses concernía. Pero el temperamento hispano es inquieto y amigo de los cambios, y después que los romanos hubieran abandonado el paso y se hubieran retirado hacia la costa, Mandonio e Indíbil, quien fuese anteriormente reyezuelo de los ilergetes [de Iltirta-Ilerda, la actual Lérida.], rebelaron a sus compatriotas y procedieron a correr las tierras de aquellos que estaban en paz y alianza con Roma. Escipión envió un tribuno militar con algunos auxiliares ligeramente armados para dispersarlos, y después de un enfrentamiento sin importancia, pues eran indisciplinados y estaban desorganizados, fueron casi todos puestos en fuga, algunos resultaron muertos o se les capturó y una gran parte se vio privada de sus armas. 

Este altercado, sin embargo, trajo Asdrúbal, que marchaba hacia el oeste, de vuelta en defensa de sus aliados al sur del Ebro (que según los tratados era territorio cartaginés). Los cartagineses se encontraban acampados entre los ilergavones [pueblo que habitaba próximo a la desembocadura del Ebro (entre el Ebro y el Mijares); el campamento romano estaba en Nueva Clase [pudiera ser Ad Nova, entre Lérida y Tarragona, mencionada en el itinerario Antonino, cuando nuevas inesperadas cambiaron el curso de la guerra en otra dirección.
(Así las cosas, tenemos a los romanos en territorio ilergeta, apaciguado pero no contento; y a los cartagineses en territorio ilergavón, que recientemente había sido rapiñado por los romanos. Por lo tanto la situación de los cartagineses parece más cómoda).

(Pero los celtíberos, del valle del Ebro, pero más interior que ilergetas y e ilergavones, desequilibran las cosas a favor de los romanos incitados por éstos). Los celtíberos, que habían enviado a sus notables ante Escipión, como embajadores, y habían entregado rehenes (para reforzar su compromiso de fidelidad), fueron incitados por un enviado de Escipión (seguramente invocando a los rehenes  como coaación y al botín como recompensa) a tomar las armas e invadir la provincia de Cartagena con un poderoso ejército. Capturaron al asalto tres ciudades fortificadas, y combatieron dos batallas victoriosas contra el propio Asdrúbal, matando a quince mil enemigos, haciendo cuatro mil prisioneros y apoderándose de numerosos estandartes. 

Esta era el estado de cosas cuando Publio Escipión, cuyo mando le había sido prorrogado tras haber cesado en el consulado, llegó a la provincia que le había sido asignada por el Senado. 

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