
1238. La conquista de Valencia da grandes ánimos a las ansias expansionistas de los reyes de Aragón. La expansión por tierra no tenía cabida, pero si la expansión por el mar
De todos modos, las cosas no iban a ser fáciles. Ni se le iban a poner fácil los de fuera, ni dentro estarían todo tan ordenado como sería de esperar.
Don Jaime muere en 1276, pero ya venían arrastrándose, desde 1272, cuando hizo testamento, algunos conflictos entre herederos. La cuestión era si Mallorca debía estar subordinada o no al rey de Aragón. Esto no sólo era de la incumbencia de los directamente interesados, sino que preocupaba también al rey de Francia, y por lo tanto al papa sobre el que tenía gran influencia. Francia no quería reinos demasiado fuertes alrededor.
El caso es que en primera ronda es el rey de Aragón el que consigue que el de Mallorca, su hermano, sea su vasallo. El asunto se formaliza con el tratado de Perpiñan en 1282.
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Pero el juego se jugaba a muchas bandas.
El papa había colocado en Sicilia a Carlos de Anjou, un hermano del rey de Francia, para contrarrestar el poder del sacro Imperio en Italia. Este conflicto entre el papa y el emperador es el conflicto marco en el que se contextualizan todos los demás.
El elegido por el papa no resulta del agrado de los sicilianos, y para librarse de él piden ayuda al rey de Aragón, después de un intento fallido que acaba con el candidato al trono degollado en la plaza de Nápoles.
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El lunes de pascua de 1282
parecía un día tranquilo pero acabó con dos mil muertos, y quizás otros dos mil
en las semanas siguientes. A aquello se le conoció como las Visperas
Sicilianas.
Después de estos hechos, el papa y los franceses
retoman el control de la situación, pero los gibelinos se ven fuertes y
deciden llevar las cosas más lejos. Algunos de ellos se desplazan hasta el
norte de África donde está Pedro el
Grande, rey de Aragón y Valencia y príncipe de Cataluña, para ofrecerle la
corona de Sicilia.
El asunto se resuelve en
un día: Pedro el Grande desembarca el 29 de agosto y entra en Palermo el 30.
El papa y el rey de
Francia ven claro que la mejor defensa es un ataque y deciden ir contra
Cataluña.
Entonces aparecen todos
los conflictos locales. Los aragoneses no apoyan a los catalanes y el rey de
Mallorca quiere aprovechar la ocasión para liberarse del vasallaje de su
hermano.
El rey Pedro consigue
apresar a su hermano Jaime, pero éste consigue escapar y deja paso libre a los
franceses por el Rosellón que es un territorio suyo. La línea de defensa se
coloca entonces en los Pirineos.
En 1285 los franceses se
deciden a pasar los Pirineos por la Masana para dirigirse a Gerona. Gerona es sitiada por hambre pero resiste.
Los franceses tienen ejército
suficiente para mantener el sitio de Gerona y a la vez ir ocupando distintas
plazas. En Besalú, los bandos se encuentran y los almogávares del rey Pedo son
masacrados. Parece que el final de la guerra está cerca.
Pero queda una baza
fundamental. Los catalanes son fuertes en el mar.
La primera estrategia es
cortar el suministro desde Francia a sus ejércitos, que se hace en galeras que
desembarcan en el litoral catalán. Para ello los dos almirantes catalanes
reclutan corsarios y civiles con experiencia. Consiguen armar once galeras.
Cada una de ellas con 300 remeros, que son esclavos o delincuentes, la chusma;
y ciento cincuenta marineros y militares, en cubierta.
Avisados de que un grupo
de 25 galeras francesas está en Rosas, las once galeras catalanas parten a su
encuentro que se produce el 28 de julio.
Los franceses tratan de cercar
a las galeras catalanas formando un arco, pero éstos en vez de formar un grupo
para defenderse, se alinean en dos filas que se dirigen directamente hacia la
nave capitana enemiga remando con todas sus fuerzas.
El choque se produce y en
el abordaje se ve la experiencia de los corsarios ganada en las costas sicilianas
y del norte de África. El almirante francés es capturado y también siete
galeras.
A los prisioneros los
concentran en dos galeras, les atan a los mástiles y las hunden.
Con esta acción los
franceses necesitan recomponerse y los catalanes van ganando tiempo. El tiempo
que necesitan para que lleguen las naves desde Sicilia comandadas por el
almirante Roger la Lauria.
Llegadas a Barcelona el 25
de agosto de 1285, sin tiempo para reponerse, se organiza la encuentro con las
armada francesa.
Las cuarenta galeras
catalanas con 15.000 hombres se agazapan detrás del cabo de Planes a la espera
de las galeras francesas. Es casi de noche cuando el almirante, desde un islote
de las islas Formigues, las ve aparecer. Son ochenta y cinco.
El almirante de los
catalanes ordena esperar, y antes del amanecer enciende el fanal de proa, todas
las demás galeras le siguen. Suenan los tambores y reman a vida o muerte. Consiguen
llegar hasta el centro de la formación francesa y se inicia una cruenta lucha que
dura varias horas.
A media mañana, la batalla
está resuelta. La costa cercana queda llena de cadáveres y de restos de las
embarcaciones.
Tampoco esta vez hay
compasión para los prisioneros. A los malheridos
los atan a una cuerda que es estirada por una galera, ahogándolos a todos.
Sólo los que tiene aspecto
de poder pagar rescate se salvan.
Después de la batalla las
naves catalanas se dirigen al puerto de Rosas
para atacarlo. De vuelta recupera Cadaqués.
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Las moscas protegen Gerona
A pesar de la victoria de las galeras catalanas en las islas Formigues el 28 de agosto de 1285, la ciudad de Gerona no puede aguantar más el sitio al que la tenían sometida las tropas francesas, y después de tres meses de asedio se rinde el 7 de septiembre.
Pero la suerte no acompaña a los franceses, una epidemia se hace presente entre ellos e incluso el rey se ve afectado.
Por la ciudad corre el rumor de que la enfermedad se ha originado de forma sobrenatural.

Tal es el desconcierto que los franceses se retiran, y en su camino de vuelta son forzados a adentrarse en los Pirineos, acosados por los almogávares. En sus ruta se ven obligados a cruzar por un puerto estrecho rodeado de fuerzas catalanas. El rey francés no tiene más salida que negociar una solución para él mismo, que logra pasar. Pero el resto de la tropa es aniquilado el 30 de septiembre.
Pedro el Grande no podrá disfrutar mucho tiempo de su victoria, muere el 11 de noviembre.
El rey francés muere el 5 de octubre.
Roger de Lauria y sus almogávares, sin embargo, seguirán saqueando durante años la costa francesa, acumulando un ingente botín que llevarán a Barcelona.
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