¿Cómo eran los caminos en el siglo XIV? ¿De quién era su responsabilidad? ¿Para qué servían?
Por su estatuto jurídico, podían clasificarse en dos categorías:
a) públicos, rals,
de titularidad real, puesto que las personas y mercancías que circulaban
por ellos estaban bajo la protección directa del soberano, quien exigía, a
cambio, numerosos impuestos de paso.
b) privados o señoriales, construidos y
conservados por particulares, para recaudar peajes a los usuarios.
Atendiendo a sus características físicas, Las vías terrestres medievales presentaban una estructura sencilla:
Caminos de herradura, de bast, los más abundantes,
sólo permitían la circulación de animales o de personas; su anchura solía ser
de 1,10 metros aproximadamente. Estas rutas estaban jalonadas de apartaderos,
donde se ensanchaban hasta alcanzar los 2 metros, para permitir el paso a las acémilas y arrieros que venían en sentido contrario. El pavimento, en las zonas llanas,
era de tierra pisada y, en las escarpadas, empedrado, de lascas dispuestas verticalmente.
Los caminos estrechos eran típicos de las áreas montañosas, algunas de las
cuales, como los Pirineos, no conocieron otra modalidad de ruta terrestre.
Caminos de carro, carreres, que permitía la circulación de un carro cargado. La mayoría de estos caminos eran lo que quedaba de las antiguas calzadas romanas. Tenían un trazado pues rectilíneo y una anchura constante de unos 5 metros. El firme era de tierra pisada. Sólo en algunos segmentos cortos y discontinuos, ubicados normalmente en las
inmediaciones de las grandes ciudades o en áreas de intenso tráfico, estaban
empedrados. En esta época, después de mas de mil años, habían quedado al descubierto los bordillos, y se conservaban en peor que mejor estado las obras de fábrica: puentes, muretes de protección laterales,... . Eran las áreas más llanas, como el Roselló, la Cerdanya, l’Empordà, el Vallès, el Penedès y el
valle del Ebro, las que disponían aun de estas carreteras, que en lugares más difíciles de conservar habían perdido su continuidad.
Las rutas terrestres, en la Edad Media, desempeñaban funciones económicas en distintos niveles que responden a la articulación del territorio medieval. Se pueden distinguir al menos cinco niveles:
a) Las vías internacionales, por las que discurrían
el gran comercio y los viajeros importantes; conectaban la Corona de Aragón con los reinos limítrofes -Castilla, Francia i Navarra- y la
articulaban internamente, uniendo sus principales plazas mercantiles -Barcelona,
València, Perpinyà, Tortosa y Zaragoza-.
b) Las rutas interregionales, que actuaban
simultánemente como vías de captación de excedentes internos de cierta calidad
y de distribución de mercanías de importación; unían tanto los emporios con
las capitales de distrito como los mercados de tipo medio entre sí.
c) Los caminos
regionales, que encauzaban los intercambios entre ciudad y campo, articulaban,
en cada circunscripción, la capital con los pueblos, las focal places con su respectivos
hinterlands, los mercados rurales con el centro comarcal.
d) Las sendas
locales, que encarrilaban los excedentes campesinos hacia el mercado rural inmediato,
unían, en las zonas de poblamiento concentrado, los núcleos de población
inferiores -villa y aldeas- y, en las áreas de habitat disperso, las explotaciones agrarias
-mansos y heredades-.
e) Las veredas, estrechas y sinuosas, por las que los
payeses se dirigían diariamente, desde su residencia, a los campos, viñas, eras,
fuentes, bosques o prados.
Arterias principales
Entre las vías que rebasaban las fronteras de los territorios del este y noreste de la península ibérica, podemos
distinguir dos categorías, los grandes ejes y las largas rutas secundarias.
El este y noreste peninsular, durante la Baja Edad Media, sólo dispuso de cuatro grandes ejes de
comunicaciones:
- la vía que, paralela a la costa, recorría, en el sentido de los meridianos,
el Principado de Catalunya y el reino de València, enlazándolos, respectivamente,
con el Languedoc y la vega de Murcia.
- la ruta que conectaba Barcelona con Navarra y
la Castilla septentrional por el valle del Ebro.
- el camino que empalmaba la ciudad de
València con la Castilla meridional por el valle del Xúquer.
- la antigua ruta jacobea
que continuaba articulando el Bearn con Navarra y la Rioja, por el Alto Aragón.
En la parte más septemtrional seguía el trazado de una antigua calzada
romana, la Via Domitia.
Durante la Alta Edad Media, cuando la frontera entre el
Islam y la Cristiandad se situó, en el litoral mediterráneo ibérico, entre Barcelona y
Tarragona, el sector septentrional de esta ruta, al conectar los condados marítimos con el norte franco, el nombre de estrata francisca y conservó una
buena parte de su importancia estratégica y comercial. La Administración carolingia
se esforzó por conservarla en buen estado pero modificó parcialmente su trazado,
alejándolo del mar, para evitar la llanura marítima de l’Empordà, que la piratería
musulmana había dejado casi desierta.
El segmento meridional de la ruta, que se dirigía hacia la frontera musulmana, fue designado, en cambio, con el término de strata morischa; era la principal vía de comunicaciones entre Barcelona y Córdoba. Por esta antigua ruta romana continuaron transitando, a pesar de la caída que experimentó la circulación comercial entre los siglos VIII y X, los mercaderes musulmanes y cristianos que operaban entre Al-Andalus y los valles del Ródano, del Rin y del Danubio.
Durante la Baja Edad Media, cuando la navegación cristiana recuperó el control del Mediterráneo occidental y las llanuras costeras de la Catalunya septentrional se convirtieron en áreas densamente pobladas, la ruta recuperó el viejo trazado de la época romana, más recto y practicable que el que le imprimieron los carolingios.
Peajes y derechos de paso
Las vías con una densa circulación comercial estaban atestadas de lezdas, peajes y otros derechos de paso. La sobrecarga fiscal incitaba a los mercaderes a desviarse parcialmente de los caminos reales, en busca de vías alternativas, más largas pero menos onerosas.
Hacia 1330, algunos mercaderes narboneses, por ejemplo, antes de llegar a Lleida, para ahorrarse el pago de la lezda, viraban hacia el norte, cruzaban el Segre en Vilanova de la Barca y recuperaban, después de pasar por las localidades de Corbins, Torreserona y Torrefarrera, la ruta normal unos kilómetros al oeste de la ciudad catalana. Alfonso el Benigno, ante las reiteradas denuncias formuladas por los agentes fiscales contra los comerciantes occitanos, que faciunt transitum per alia loca sive itinera dissueta, autorizó al batlle de Lleida a instalar recaudadores en los nuevos lugares de tránsito.
El comercio de lana en el Maestrazgo
Después de la conquista de Valencia, la franja costera septentrional del reino de València se conectó estrechamente con las comarcas montañosas turolenses y a las llanuras del Bajo Aragón.
Los caminos que conectaban las tres áreas discurrían paralelos, en buena parte de su recorrido, a las cañadas de trashumancia que enlazaban los pastos de invierno del litoral mediterráneo con los de verano de las estribaciones meridionales del Sistema Ibérico.
Una primera ruta arrancaba de Sant Mateu, importante mercado exportador de lana, ascedía a Morella, en los Ports, desde donde los viajeros y transportistas podían dirigirse tanto hacia las tierra altas turolenses, por Forcall y Miranbel, como a Caspe, por Monroyo y Alcañiz.
Los rebaños y los caminantes podían pasar del Maestrat castellonense al turolense por otras dos cañadas, de trazado más meridional: una conectaba Albocàsser y Cantavieja, por Benasal e Iglesuela del Cid, y la otra enlazaba Lucena del Cid con Linares de Mora, por Villahermosa del Río y Puertomingalvo.
Por este conjunto de pistas bajaban las lanas y los cueros turolenses hacia las playas de Vinarós, Penyíscola, Oropesa y Castelló, donde eran captados por los mercaderes catalanes, valencianos, toscanos, ligures y occitanos.
El segmento meridional de la ruta, que se dirigía hacia la frontera musulmana, fue designado, en cambio, con el término de strata morischa; era la principal vía de comunicaciones entre Barcelona y Córdoba. Por esta antigua ruta romana continuaron transitando, a pesar de la caída que experimentó la circulación comercial entre los siglos VIII y X, los mercaderes musulmanes y cristianos que operaban entre Al-Andalus y los valles del Ródano, del Rin y del Danubio.
Durante la Baja Edad Media, cuando la navegación cristiana recuperó el control del Mediterráneo occidental y las llanuras costeras de la Catalunya septentrional se convirtieron en áreas densamente pobladas, la ruta recuperó el viejo trazado de la época romana, más recto y practicable que el que le imprimieron los carolingios.
Peajes y derechos de paso
Las vías con una densa circulación comercial estaban atestadas de lezdas, peajes y otros derechos de paso. La sobrecarga fiscal incitaba a los mercaderes a desviarse parcialmente de los caminos reales, en busca de vías alternativas, más largas pero menos onerosas.
Hacia 1330, algunos mercaderes narboneses, por ejemplo, antes de llegar a Lleida, para ahorrarse el pago de la lezda, viraban hacia el norte, cruzaban el Segre en Vilanova de la Barca y recuperaban, después de pasar por las localidades de Corbins, Torreserona y Torrefarrera, la ruta normal unos kilómetros al oeste de la ciudad catalana. Alfonso el Benigno, ante las reiteradas denuncias formuladas por los agentes fiscales contra los comerciantes occitanos, que faciunt transitum per alia loca sive itinera dissueta, autorizó al batlle de Lleida a instalar recaudadores en los nuevos lugares de tránsito.
El comercio de lana en el Maestrazgo
Después de la conquista de Valencia, la franja costera septentrional del reino de València se conectó estrechamente con las comarcas montañosas turolenses y a las llanuras del Bajo Aragón.
Los caminos que conectaban las tres áreas discurrían paralelos, en buena parte de su recorrido, a las cañadas de trashumancia que enlazaban los pastos de invierno del litoral mediterráneo con los de verano de las estribaciones meridionales del Sistema Ibérico.
Una primera ruta arrancaba de Sant Mateu, importante mercado exportador de lana, ascedía a Morella, en los Ports, desde donde los viajeros y transportistas podían dirigirse tanto hacia las tierra altas turolenses, por Forcall y Miranbel, como a Caspe, por Monroyo y Alcañiz.
Los rebaños y los caminantes podían pasar del Maestrat castellonense al turolense por otras dos cañadas, de trazado más meridional: una conectaba Albocàsser y Cantavieja, por Benasal e Iglesuela del Cid, y la otra enlazaba Lucena del Cid con Linares de Mora, por Villahermosa del Río y Puertomingalvo.
Por este conjunto de pistas bajaban las lanas y los cueros turolenses hacia las playas de Vinarós, Penyíscola, Oropesa y Castelló, donde eran captados por los mercaderes catalanes, valencianos, toscanos, ligures y occitanos.
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ANTONI RIERA MELIS
LA RED VIARIA DE LA CORONA CATALANOARAGONESAEN LA BAJA EDAD MEDIA
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